Miguel Ángel García » Final de la historia 3
Miguel Ángel García
El final de la historia
 
El final de la historia
 
Capítulo 3
 

     Daba gusto estar al fresco a las dos de la madrugada en esta calurosa noche de finales del mes de julio. El agua del Manzanares parecía querer mitigar el bochorno que se padecía en Madrid, aunque realmente sin mucho éxito. Esta ola de calor, que ya duraba unos cuantos días, resultaba insoportable, tanto de día como de noche, y parecía que iba a más. No se trataba de la llegada del caluroso infierno subsahariano, como solía ser en estos casos, y, al abarcar a toda Europa, todos los hombres y mujeres que predecían el tiempo en televisión estaban bastante desconcertados.
     Un hombre cuarentón, vestido con una camisa informal de manga corta, que le colgaba fuera de los vaqueros, paseaba lentamente cerca del río, como buscando un sitio adecuado para sentarse. Él sí sabía muy bien la causa de esta calorina, pero, como todos sus colegas, prometió guardar silencio.
     Caminaba como despreocupado, ausente, embutido en el mundo de sus propios pensamientos. Sin embargo, su deambular parecía dirigirle hacia la zona menos iluminada de su entorno.
     Después de unas pequeñas vacilaciones y de mirar un rato al supuesto cielo estrellado, en el que apenas era capaz de distinguir alguna luminaria, terminó por sentarse en un banco de madera que estaba pintarrajeado de grafitis de dudoso gusto. Tras acomodarse, sacó de su pequeño bolso de mano, que llevaba colgado en bandolera al lado izquierdo, un paquete de cigarrillos a medio gastar, y encendió uno con calma, aspirando el humo con cierta fruición. Había dejado de fumar hacia ya unos cuantos años, pero hace casi un mes concluyó que era un buen momento para retomarlo... En esta primera bocanada aspiró demasiado tufo, y no pudo evitar toser unas cuantas veces. Pensó en sus padres, que tanto le reprocharon que hubiera caído en el vicio. Hacía un par de días que no les llamaba. De hecho, sin que ellos se percatasen, su última conversación, muy cariñosa, había sonado casi a despedida. Les quería demasiado para contarles la verdad, aunque también sentía ciertos remordimientos por no estar con ellos en estos momentos. Le consolaba pensar que serían felices hasta el último instante de sus vidas.
     También pensó en su mejor amiga, una brillante colega; ambos se habían dicho adiós una semana antes. Seguro que ella estaba en compañía de su familia.
     Casi sin darse cuenta, comenzó a hacer un repaso aleatorio de su vida. Recordó su niñez, tan lejana y tan feliz. ¡Qué tiempos tan inocentes, donde todo era mágico y alegre! El mundo era un lugar maravilloso, incluso aunque tuviese que ir a la escuela... Tantas y tantas horas jugando con sus amigos inseparables del barrio. Tenían tantas anécdotas que contarse entre ellos... En realidad siempre eran las mismas, pero les encantaba recrearse en ellas.
     Tal vez tendría que haberles llamado, pensó... Estarían todos allí, sentados, charlando de sus cosas, cerrando una suerte de círculo cósmico... Así no se sentiría tan solo en estos terribles momentos... Pero no, mejor no. Para qué llamarles. Era mejor así... Hay circunstancias en que la ignorancia es lo adecuado.
     El hombre exhaló un triste suspiro al mismo tiempo que se le caía la ceniza de medio cigarrillo al suelo. Casi se había olvidado de que lo tenía entre los dedos. Rememoró la primera vez que había fumado. Fue en una fiesta de cumpleaños cuando estaba en el último curso del instituto. Había bebido un poco, y alguien se lo ofreció. Sonriendo, se acordaba de que no le gustó nada. Pero después, en la universidad, con la tensión de los exámenes, acabó tomándole el gustillo, algo de lo que después se arrepentiría.
     Recordó también su gran satisfación y orgullo cuando consiguió el doctorado Cum Laude gracias a su excelente trabajo en Física de Partículas. Aquellos fueron buenos tiempos, ya que, después de  hacer un máster en Ciencias del Espacio en la Universidad de Granada, y dado su perfecto inglés, enseguida encontró trabajo en la Organización Europea para la Investigación Nuclear (CERN), el mayor laboratorio de física de partículas del mundo. Tuvo que trasladarse a vivir al cantón de Ginebra, pero, al estar soltero y sin ningún tipo de compromiso, no le importó en absoluto. Siempre estuvo tan atareado que no le quedaba mucho tiempo para las relaciones sociales, amorosas o de cualquier otra índole. En esta época fue cuando ocurrió el evento cósmico, y todo su tiempo lo empleó en su estudio.
     Cuando salió de su apartamento, hacía ya un buen rato, consideró que estar solo era una gran ventaja. Al no tener mujer ni hijos, todo resultaría así algo menos doloroso. 
Pero, en estos instantes, no pudo evitar sentir la punzada de la soledad. Dirigió su mirada hacia el Manzanares, y, por un momento, consideró la posibilidad de darse un último baño en sus negras aguas.
     Sin embargo, en lugar de saltar, salió de sus labios una amarga queja:
     —¡Dios mío! ¡Por qué, por qué...!

 
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