Miguel Ángel García » Ani Kuni 6
Miguel Ángel García
Ani Kuni
Espíritu del Fuego
Miguel A. García
 
 
Capítulo 6
 
     Demetrio no durmió muy bien esta noche, ni tampoco la anterior. El relato que Félix le contó antes de ayer en la intimidad de su departamento le dejó  bastante confuso y con más preguntas que respuestas.
     Según su compañero, le había dicho demasiado, saltándose un poco la promesa que todos los componentes del campamento habían hecho para guardar silencio sobre la increíble experiencia que, al parecer, habían tenido. Pero, ¿qué le había contado en realidad, salvo lo de la extraña aparición de los corzos? Por la noche todos los gatos son pardos, y los animales seguramente se fueron acercando poco a poco, atraídos por la curiosidad de ver a los humanos, quizás huyendo del olor de los lobos. El caballo bien podría haberse extraviado o escapado de alguno de los pueblos cercanos de la serranía. ¿Y qué podría ser ese estruendo que dice que oyeron? Aunque no lo reconocieran como tal, seguramente sería un trueno especialmente fuerte y prolongado… Por otro lado, en plena tormenta, por la noche, en mitad de la negrura de la sierra, cualquiera vería sombras moviéndose…
     En el fondo, pensaba, Félix no le había contado gran cosa, y ello le hacía sentirse profundamente frustrado. No obstante, aunque estaba seguro de que para todo había una explicación, estaba intranquilo. Había un hecho cierto: los chicos habían mejorado su actitud de un día para otro, y eso sólo pasa cuando vives una experiencia intensa. Pero, a pesar de lo mal que lo debieron de pasar durante el temporal, Demetrio no creía que las «visiones» que tuvieron fueran suficientes como para que cambiasen tan drásticamente. Por mucho miedo que hubieran tenido esa noche en algunos momentos, se repetía a sí mismo, cuando estás ya en tu casa te recuperas en pocos días. Había algo que no encajaba, algo se le escapaba, y ello no le dejaba dormir. A veces le daba la impresión de que su compañero de Biología estaba jugando con él.
     Cuando contactó telefónicamente con los padres, no les dijo todo lo que le refirió Félix. No podía. Solamente les contó lo de los ciervos y poco más. Omitió todos los detalles que les hubieran hecho sospechar que sus hijos podrían haber corrido algún tipo de peligro o que, debido al pánico, hubieran tenido en algún momento cualquier tipo de brote psicótico.
     Que, en un momento dado, todo el campamento estuviese medio rodeado por los corzos les pareció a los progenitores algo bastante asombroso y que seguramente impresionó mucho a sus retoños, y esta versión parecía que los hacía conformarse, para alivio del director del centro.
     No obstante, el cambio drástico del comportamiento de estos alumnos no pasó inadvertido ni para el resto de los profesores ni para sus compañeros de clase. Todos estaban admirados por la mejoría de su carácter y la forma discreta en la que trataban de ayudar a los demás en aquello que les solicitaban, desde pedirles cualquier cosa, como un simple bolígrafo, hasta resolver las dudas de alguien al que se le había atragantado algún detalle de las lecciones de la jornada. Con el paso de los días comenzaron a hacerles preguntas que, a fuerza de insistentes, se empezaron a tornar algo incómodas.
     Después de varias semanas, todo el instituto sabía ya que aquel grupo tan heterogéneo de «colegas» había tenido algún tipo de experiencia «especial» en aquella acampada, y su curiosidad no iba sino aumentando con el tiempo más y más, al comprobar día a día que el cambio de comportamiento que se había producido en ellos parecía permanente. Y ocurrió lo que pasa siempre en estos casos: ante la falta de respuestas aumentaron los rumores y surgieron las más variadas especulaciones, cada cual más variopinta. Una de éstas se refería a que se habían topado con un OVNI y que habían estado de cháchara con los extraterrestres.
     Finalmente, al conjunto de los miembros que asistieron al campamento se les ocurrió una idea para que les dejaran un poco en paz. Les prometieron a todos que, en esa especie de fiesta de final de curso que se celebra todos los años al acabar las clases, contarían en público todas sus vivencias en el campamento. Esta promesa rebajó considerablemente los dimes y diretes que circulaban entre sus compañeros, que estaban deseosos de saber qué les pasó realmente para que les influenciase tanto.
 
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