Miguel Ángel García » Ani Kuni 5
Miguel Ángel García
Ani Kuni
Espíritu del Fuego
Miguel A. García
 
 
Capítulo 5
 
     —¿Y qué pasó después? —le interrogó el director, con premura.
     —Me vas a perdonar, Demetrio, pero no puedo contártelo todo. Es una promesa que nos hicimos a nosotros mismos, y he de mantenerla. Lo que sucedió después pertenece a nuestro ámbito más privado.
     —Pero, no puedes dejarme así… ¿Qué pasó con tanto ciervo?
     —Al poco rato aumentaron muchísimo el ritmo de los relámpagos. Así pudimos observar que en las lomas más altas había unos cuantos lobos. Estaban quietos y parecía que también nos miraban.
     —Lobos… Quizás estaban persiguiendo a los ciervos, y éstos se refugiaron a vuestro alrededor.
     —Puede ser. Pero a nosotros no nos dio esa impresión. Los corzos parecían tranquilos, y los lobos no hacían ademán de ir a por ellos, ni a por el caballo blanco que estaba un poco más allá, en la parte más alta.
     —¿Un caballo? No me digas… ¿De verdad? Es difícil de creer… Pero, ¿no pasasteis miedo?
     —Aunque te parezca raro, la verdad es que no. Sentíamos el pensamiento de estar viviendo otra realidad, y nunca tuvimos la sensación de estar en peligro. El calor del fuego, que nunca amainó, nos animaba y nos hacía sentir bien. Percibíamos a los ciervos como amigos, y, si me apuras, también a los lobos.
     —¿Y el caballo qué pintaba allí?
     —No sabíamos qué pintaban allí todos esos animales, pero la estampa del caballo recortando su silueta blanca en mitad de la negrura nos infundía bastante respeto.
     —¡Qué raro es todo eso que os pasó! Y un fuego que no termina de apagarse con la lluvia… Quizás con el estrés tuvisteis alguna alucinación colectiva…
     —Tal vez… Pero muchas huellas de los corzos aún seguían allí al día siguiente.
     —Pero, ¿qué ocurrió después? ¿A dónde fueron los ciervos?
     —Lo siento, Demetrio, pero ya te he contado demasiado.
     —Pero hombre, ¿me vas a dejar así?
     —Solamente te diré que empezamos a oír un tremendo estruendo durante un largo rato, y no eran truenos, al mismo tiempo que los relámpagos se multiplicaron por mil.
     Y el profesor de Biología añadió, con una media sonrisa:
     —Se podría decir que el cielo echaba chispas…
     —Vaya… ¿Y no vas a decirme nada más?
     —Lo siento, no puedo…
     —Ya, la promesa… Por lo menos podrías decirme qué canción cantasteis, si puede saberse…
     —Bueno, si quieres te la canto ahora…
     El director quedó muy sorprendido por este ofrecimiento, pero recogió el guante al instante. Nunca había oído cantar nada a su compañero, y le apetecía mucho escuchar ese cántico que tanto había inspirado a los muchachos.
     —Si te empeñas en cantar ahora… Por favor, no te prives… Estaré encantadísimo…
     Félix, inopinadamente, se levantó, y con gesto serio entonó la canción con gran sentimiento, hasta el punto de que Demetrio estuvo a punto de emocionarse.
     Lo que escuchó éste fue lo siguiente:

          «Por las noches cuando la luna
          Como plata se eleva
          Y la selva ilumina
          Y también las praderas
          Viejos lobos de la tribu
          Cantarán al Espíritu...
          Al Espíritu del fuego...

          Ani Kuni úa úa hi
          Huá huá huá nika úa úa úa
          Ea la ouni bissini
          Ea la ouni bissini
          Ani Kuni, Ani Kuni...».

     —Es realmente bonita… —se atrevió a opinar el director—. Nunca la había oído. Pero, la segunda parte, ¿en qué idioma está?
     —Es un rezo de los indios iroqueses.
     —De los indios… Pero, ¿quién te la ha enseñado a ti? ¿Cuándo la has aprendido?
     —Está en Internet… —replicó el profesor de Biología, sonriendo—. En una traducción libre viene a decir algo así como que «cuando atardece en el pueblo indio, el brujo aparece por el valle, ahí viene»1.
     —Vaya… Muy apropiado para la noche que pasasteis… Pero, eso de «Ani Kuni», ¿qué significa?
     Félix le miró entonces directamente a los ojos y, manteniéndole fijamente la mirada, le contestó:
     —«Ani Kuni» no es un vocablo… «Ani Kuni» es el «Espíritu del Fuego». Al decir en el preámbulo del cántico «Ani Kuni Kaunani» en realidad le estábamos pidiendo que tuviera piedad de nosotros. Cuando unimos nuestras manos, cantamos y danzamos al «Espíritu del Fuego». Y las sombras bailaban con nosotros.
     —Vuestras sombras… Claro, el fuego las hacía moverse.
     —No creo que fueran nuestras sombras, porque no estaban sobre el suelo, sino de pie.
     Demetrio se quedó petrificado al observar la cara de su compañero. A todas luces estaba hablando muy en serio. No podía dar crédito a las implicaciones que se desprendían de sus palabras.
 
     1: En realidad, el cántico es una traducción fonética del iroqués:
                «Ani´qu ne´chawu´nani´,
                 Awa´wa biqāna´kaye´na,
                 Iyahu´h ni´bithi´ti».
         Su significado más literal sería:
                 «Padre, tenga piedad de mí,
                 Me estoy muriendo de sed,
                 No hay nada, no hay qué comer».
 
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