Miguel Ángel García » Ani Kuni 3
Miguel Ángel García
Ani Kuni
Espíritu del Fuego
Miguel A. García
 
 
Capítulo 3
 
     Siete progenitores se acomodaron como pudieron en el despacho del director del Instituto, correspondientes a la mitad de los alumnos que fueron a la acampada organizada por el profesor de Biología y Geología.
     —Aunque somos sólo nosotros —le aclararon—, venimos en nombre de todos los padres cuyos hijos fueron al campamento.
     —Ustedes dirán… —replicó Demetrio, que aún seguía temiendo lo peor.
     —¿Qué pasó en el campamento al que fueron nuestros hijos?
     Esta pregunta tan directa le dejó totalmente descolocado, porque aún no sabía por dónde le llegaban los tiros. «Entonces sí que paso algo…» —pensó compungido y cabreado al mismo tiempo—. «Cuando vea a Félix, sencillamente lo mato».
     —¿Que qué pasó? —acertó a decir—. Que yo sepa, nada de especial relevancia, salvo la tormenta, claro… ¿Por qué lo dicen?
     Una madre trató de hacerle saber sus inquietudes:
     —Es que nuestros hijos han cambiado, y mucho.
     —¿Cómo dice?
     —Pues eso… —replicó otra madre—. El comportamiento de nuestros hijos es ahora totalmente diferente a como eran antes.
     Demetrio no entendía nada.
     —No les comprendo… ¿En qué sentido han cambiado? ¿Acaso se portan ahora peor?
     —Todo lo contrario —aclaró un padre—. Parecen otros… Antes tenían una conducta más o menos normal. De vez en cuando hacían alguna trastada y, en fin, actuaban como chicos de su edad. Pero ahora…, ahora parece que se han hecho adultos responsables de repente.
     —Sí —corroboró otra madre—. Figúrese que lo primero que hizo mi hijo a la vuelta del campamento fue dar a su hermano pequeño la consola de los vídeo juegos, algo por lo que siempre andaban a la gresca. Al ver que se la había cogido, en lugar de regañarle, se la regaló sin más… Y no solamente eso, sino que también le dijo que le quería, algo que ni su padre ni yo recordamos que le hubiera dicho nunca.
     —Hemos hablado entre nosotros —explicó otro progenitor—, y a todos nos pasa algo parecido. Nuestros hijos se han vuelto…, cómo decirlo…, más cariñosos, y obedecen sin rechistar cualquier cosa que se les comenta. No hace falta decirles que estudien o que hagan los deberes. Les sale de ellos de motu propio.
     —La habitación de mi hijo antes era una leonera, y ahora hasta se dedica a quitar el polvo…
     —Y cuando nos desean buenas noches y se van para la cama nos dan un beso. Y el mío tiene diecisiete años. Antes no lo hacía nunca.
     —Parece que han crecido de repente, que han madurado…
     —Sí… Han madurado puede que en exceso… La verdad es que nos tienen un poco asustados… Casi preferiríamos que fuesen un poco como antes.
     «Crecido…» —reflexionó el director—. «Qué es lo que me dijo Félix… Que la experiencia les hizo crecer… ¿Qué demonios me está ocultando este hombre?».
     —Queríamos saber qué pasó realmente en el campamento —concluyó una madre— para que nuestros hijos hayan podido cambiar tanto, porque, aunque les hemos preguntado, ellos no sueltan prenda. Unos nos dicen que la camaradería les ha hecho ser mejores, y otros que se encontraron con ellos mismos. Y el profesor de Biología no nos cuenta ni nos detalla nada nuevo.
     —Desde luego han cambiado para mejor, pero no es normal que alguien cambie tan drásticamente en solo tres días. Tenemos la impresión de que les ocurrió algo, sobre todo en esa noche de tormenta, pero no dicen nada.
     «Yo también tengo la sensación de que les sucedió algo…» —meditó Demetrio—. «Tengo que hablar con Félix muy seriamente».
     —¿Usted no sabe nada? —le preguntó un padre al director del centro—. ¿Su compañero no le ha comentado nada?
     —La verdad es que no me ha dicho nada relevante… Según él, todo fue normal. Sólo me dijo que en todo momento estuvieron unidos como una piña.
     —Es lo mismo que nos han explicado nuestros hijos. Y que el unirse ante los problemas, les hizo madurar. Pero somos incapaces de que nos cuenten a qué problemas se refieren en concreto. Nos hablan de actividades al aire libre y de ahí no salen.
     —¿Por qué no le pide a su compañero que le cuente realmente todo lo que les ha ocurrido? Tiene que haber algo que explique todo esto…
     —Y si hace falta, ordéneselo… —exigió otro padre con cierto deje de humor—. Es usted su jefe, ¿no?
     «No es tan sencillo» —se lamentó el director.
     —Está bien… —corroboró éste—, hablaré con el profesor de Biología, y le exigiré que me cuente todo lo que les pasó, con todo detalle; así tanto ustedes como yo estaremos más tranquilos.
     —Es que también tenemos cierta curiosidad —confesó una madre—. No es para nada normal que unos adolescentes cambien tanto de la noche a la mañana.

     Una vez que se quedó solo en su despacho, Demetrio no salía de su perplejidad. No había recibido ni la más mínima diatriba por el hecho de exponer a sus hijos a un temporal. Sólo se quejaban de que sus hijos habían madurado demasiado deprisa, que tenían un comportamiento demasiado correcto para su edad. Y querían saber por qué. Y él también. La cosa no tenía por qué ser necesariamente perniciosa, sino al contrario, pero…
     —Voy a hablar de inmediato con Félix, aunque tenga que sacarle del aula.
 
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