Miguel Ángel García » Ani Kuni 2
Miguel Ángel García
Ani Kuni
Espíritu del Fuego
Miguel A. García
 
 
Capítulo 2
 
     El director del Instituto, Demetrio, que impartía Historia, estaba preocupado. Unos cuantos padres le habían pedido una cita para hablar con él. Casualmente, todos los padres correspondían a los chicos que habían ido al campamento de Félix, de eso hacía ya alrededor de un mes. Demetrio se preguntaba qué podría haber pasado allí para que muchos de sus progenitores se decidieran a realizar esta protesta tan masiva. Temía que pudiera tratarse de algo grave, porque algunos de ellos tenían a sus hijos en Bachillerato, y su visita no era muy frecuente.
Antes de enfrentarse a lo inevitable, quería saber la versión del profesor de Biología y Geología. Siempre era bueno conocer la mayor cantidad de cartas posibles. Precisamente ahora lo tenía de frente de él, al otro lado de su mesa de despacho.
     —¿Y bien? ¿Para qué me has llamado? —inquirió Félix.
     —Dímelo tú… —le espetó el director, con gesto serio.
     —¿Yo? Que te diga qué… ¿Qué ocurre?
     Demetrio fue directamente al grano:
     —¿Qué pasó en acampada?
     —¿En el campamento? ¿Por eso me has llamado? Hicimos prácticamente todas las actividades previstas… Los chicos aprendieron y todos nos lo pasamos bastante bien…
     —¿Nada más?
     —Pues… ¿Qué quieres decir?
     —Pues si ocurrió algo de lo cual te estés arrepintiendo ahora.
     —No te entiendo… Todo fue bien… A cuento de qué viene esto…
     —Viene a cuento de que los padres han solicitado formalmente hablar conmigo. Casi todos. Y cuando esto ocurre no suele ser por nada bueno… De verdad, Félix, si sucedió allí algo desagradable, debes decírmelo. No quiero que los padres me pillen en bragas.
     El profesor de Biología guardó silencio durante unos momentos. Realmente estaba confuso. Finalmente dijo:
     —¿De verdad te han dicho que quieren hacer una protesta?
     —No, no me han indicado expresamente el motivo de su visita. Sólo que quieren hablar conmigo. Pero, dime, si no es para reivindicar algo, ¿para qué rayos vienen?
     —Pues no alcanzo a comprender sus motivos… Te aseguro que allí no pasó nada desagradable, como tú dices. En todo momento fuimos una piña, como un grupo de amigos, a pesar de la diferencia de edades. Como has podido comprobar, todos hemos vuelto la mar de felices.
     —Ya… ¿Y la tormenta?
     —¿Qué pasa con la tormenta?
     —¿Le sucedió algo a algún crío? ¿Algún alumno pasó por un momento de apuro?
     Ahora la reserva de Félix fue más prolongada, y el director creyó ver en su interlocutor una ligera mueca de sonrisa que se le antojó enigmática.
     —Bueno… —titubeó aquél—, la lluvia y la ventisca nos molestó bastante, pero tuvimos siempre todo bajo control. La experiencia nos hizo… crecer.
     —¿Crecer? ¿Qué quieres decir con eso? Por favor, explícate…  
     Le estaba dando la impresión de que el profesor de Biología no quería hablar demasiado, y esto le estaba poniendo un poco nervioso.
     —Cuando te enfrentas a un problema importante inesperadamente siguió explicando Félix, como fue ese temporal, puede ocurrir que entres en pánico o que mantengas la sangre fría y actúes de la manera más adecuada. Nosotros, todos los miembros del campamento, desde el más pequeño hasta yo mismo, mantuvimos la calma y obramos en consecuencia. Hicimos en todo momento lo que se podía hacer, y estuvimos siempre unidos. Nadie se puso nervioso. Es el mejor grupo de alumnos con el que he trabajado nunca. Lo que te preguntas es si corrimos algún peligro, y mi respuesta es que la vida, en sí, siempre es un riesgo, desde que te levantas de la cama hasta que vuelves a acostarte.
     El director miró fijamente a su compañero, porque se dio cuenta de que, bajo tantas palabras bonitas, en realidad no le había contado nada en concreto.
     —De verdad, Demetrio, todo fue bien —insistió Félix—. Pasamos algún momento de apuro, pero actuamos todos a una para solventar la situación. Nunca llegamos a pasar miedo…
     Durante un pequeño rato reinó un espeso mutismo en el despacho de la Dirección. El director estaba seguro de que Félix le ocultaba algo, pero no acertaba a adivinar qué podría ser. También parecía bastante evidente que por ahora no iba a sonsacarle mucho más.
     —Entonces —concluyó—, ¿para qué vienen a verme los padres? ¿Tú que crees?
     —La verdad es que no tengo ni idea… Quizás no les haya hecho mucha gracia que sus hijos estuviesen acampados en mitad de la sierra durante un vendaval.
     Demetrio sopesó esta posibilidad. Era plausible. «Pero que sobrevenga una tormenta repentina no es culpa de nadie...» —pensó—. «Son imponderables… Lo que no entiendo es por qué los padres han tardado un mes en venir a manifestar su disconformidad». Ahora preveía un posible motivo de la visita, y esto le tranquilizó algo.
     Mientras el profesor de Biología salía por la puerta, después de haberse despedido de su compañero, pensó: «no pasamos miedo porque, en realidad, no nos dio tiempo…».
 
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