Miguel Ángel García » Ani Kuni 1
Miguel Ángel García
Ani Kuni
Espíritu del Fuego
Miguel A. García
 
 
Capítulo 1
 
     Al salir, después de dejar la mochila y demás cachivaches en su habitación, Mario se topó de bruces con su sorprendido hermano pequeño. Éste pretendía devolver a escondidas algo que le había cogido «prestado» durante su ausencia, pero, debido a sus prisas e impaciencia por dejarlo todo en su sitio, le pilló de la peor manera posible: tenía en las manos el cuerpo del delito. No supo qué decir, mientras esperaba una buena bronca por parte de aquél:
     —Yo... —balbuceó—. Verás…
     —Tranquilo... —le sosegó Mario mientras le dedicaba una franca sonrisa—. Ya suponía yo que me  habías cogido la consola... No te preocupes...
     Francisco suspiró algo aliviado, aunque no acababa de entender muy bien a su hermano mayor. Sin duda había gato encerrado y estaba tramando algo, tal vez alguna terrible venganza.
     —¿Sabes lo que te digo? Puedes quedarte con la «play». Te la regalo… Si alguna vez quiero jugar, ya te la pediré…
     Francisco abrió los ojos como platos, asombrado. No podía creer lo que estaba oyendo. Tenía que ser una broma.
     Al ver su cara de pasmado, su hermano le espetó:
     —Te quiero, tonto…
     —¿Eh?
     Esto fue lo único que pudo pronunciar Francisco, atónito.
     Sus padres, que también se encontraban en el pasillo, se miraron absolutamente perplejos. Las peleas que sus hijos tenían continuamente por el control de la mágica caja de juegos les había sacado muchas veces de sus casillas. En rigor era de Mario, pero fueron muchas las ocasiones en que le pidieron a éste que se la dejara un poco a su hermano, a lo cual él accedía, a veces, muy a regañadientes.
     Tras el desconcierto, dirigieron una mirada automática a su primogénito con aire interrogador.
     —¿Qué? —les contestó éste—. Se la presto permanentemente… Yo ya soy mayor. Además, ¿tú me dejarás jugar alguna vez, no?
     —Sí…, claro… —titubeó Francisco, que no sabía qué estaba pasando.
     —Pues no se hable más… Voy a colocar mis cosas. Empezamos el «insti» pasado mañana, y quiero ponerme al día.
     Una vez a solas con su mujer, el padre le comentó:
     —¿Se considera mayor para jugar con la máquina? ¿A sus quince años? Si hasta ayer mismo consideraba la consola como su tesoro más preciado…
     —Y le ha dicho que le quiere… Es la primera vez que le oigo decir algo así. Me he quedado de piedra, sobre todo por la forma en que se lo ha dicho.
     —Sí. Sólo le ha faltado darle un abrazo… Todo esto es algo raro… Mario es un buen chico, pero no tanto…
     —No te rías… A lo mejor ese campamento le ha venido bien… Desde luego, parece contento.

     Mario era un adolescente como otro cualquiera. Moreno y algo delgado, bastante alto para su edad, cursaba tercero de la ESO en un instituto de la ciudad. No era un estudiante de sobresalientes, pero iba aprobando los diferentes cursos con cierta comodidad. Le encantaba el baloncesto y, por supuesto, los vídeo juegos.
     Aprovechando las vacaciones de Semana Santa, el profesor de Biología propuso a sus alumnos la realización de una acampada. Tuvo que pedir un permiso especial para poder plantar las tiendas en cierto paraje algo recóndito en el corazón de la Sierra de la Culebra, lo bastante llano y espaciado para poder realizar diversas actividades al aire libre. Los emplazamientos oficiales para tales fines, como, por ejemplo, las instalaciones situadas en las inmediaciones de San Pedro de las Herrerías, estaban cerrados porque estas fechas quedaban fuera de su calendario habitual. Además, como solía ocurrir todos los años durante este corto asueto, para fastidio de unos y de otros, el tiempo parecía que no iba a ser demasiado bueno.
     No obstante, Félix, el profesor de Biología, presentó a todas las instancias un buen proyecto para la realización de algunas tareas propias del ámbito de un Aula de la Naturaleza, recibiendo las autorizaciones tanto de los padres como de la Junta de Castilla y León para acampar tres noches. Catorce fueron los alumnos elegidos, entre los que se presentaron a la convocatoria, la mayoría del Segundo Ciclo de la ESO, y, el resto, de Bachillerato. Félix excluyó a algunos estudiantes un poco díscolos de la ESO porque tenía el convencimiento de que podrían causarle algunos problemas.
     Acababan de regresar hoy del acampamento y la mayoría de los padres estaban impacientes a las puertas del instituto esperando al microbús, ya que parecía que  llegaba con cierto retraso. La noche anterior sobrevino una tormenta muy fuerte en toda la zona, y estaban deseando conocer cómo la habían  capeado sus hijos.
     Cuando, por fin, pudieron abrazarlos, los encontraron risueños y alegres, y nada hacía entrever que lo hubieran podido pasar mal durante el temporal, por lo que se quedaron bastante tranquilos.
Todos los chicos, grandes y pequeños, llegaban enteros, contentos y extrañamente calmados, tal vez demasiado calmados.
 
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