Miguel Ángel García » Infestación 16
Miguel Ángel García
Infestación
 
Miguel A. García
 
Capítulo 16
 
     DÍA 18

     Todos los consejos que el abuelo "dio" para la familia, "a través" del peculiar sueño de Luis, tuvieron que cumplirse a rajatabla, pues aunque las pruebas rápidas para detectar anticuerpos habían resultado negativas para todos sus miembros, incluida la abuela, el gobierno de la nación ordenó un confinamiento fulminante para todos los ciudadanos del país. Ante la acumulación cada vez más alarmante de nuevos contagios y el doloroso crecimiento de más y más muertos por el COVID-19, el presidente no tuvo más remedio que decretar el estado de emergencia.
     El abuelo Ramón tuvo que tener alguna especie de intuición, pues se cuidó mucho no sólo de mantener un aislamiento adecuado de los demás, sino que también extremó su continua higiene personal y fue muy meticuloso en la manipulación que hacía de su propia ropa, hasta el punto de llevarla directamente de su cuerpo a la lavadora.
     La gran pena de la familia, y en especial de su compañera, Aurora, era no poder ir a visitarle al hospital. Pero ello era del todo imposible. Además, él seguía sedado, en coma inducido, luchando por recuperarse de la neumonía mientras le mantenían con vida gracias a la ventilación forzada del respirador.
     Los médicos les habían dicho que, tras un par de semanas, debería empezar a notarse alguna mejoría significativa, pues, de lo contrario, podría pintar mal. Por ello, en casa, a pesar de que el encierro forzoso propiciaba que estuviesen todos más tiempo juntos, no se hablaba demasiado. Faltaba alegría en casa, y sobraba preocupación. Marcos y Alba pudieron seguir con su trabajo, realizado telemáticamente, y los niños se enfrascaron con los deberes que les mandaban a distancia.
     En principio, quien peor lo estaba pasando era Aurora. La abuela no dejaba de pensar en su querido Ramón. Tras más de cuarenta años de "aguantarle", aún le seguía amando profundamente. Lo que más le dolía era no poder estar con él. Ansiaba estar al lado de su cama para consolarle y acariciarle en estos momentos tan penosos. Aunque estuviese sedado, seguro que él sabría que ella estaba allí. «Dicen que, aunque se esté en coma, el tacto sí que se siente...», pensaba a menudo. «Me encantaría poder acariciar su mano...». Para no ponerse a llorar, se enfrascaba en la cocina y en la limpieza de la casa.
     —Abuela, no te molestes en limpiar todo tanto... —le rogó alguna vez Alba—. No hace falta que te des estas palizas... Debes descansar también.
     —Hija, no puedo... —le contestó ella con un deje de humor, manifestando su verdadero carácter a pesar de la pesadumbre que sentía por dentro—. Veo al coronavirus por todas partes...

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