Miguel Ángel García » Infestación 13
Miguel Ángel García
Infestación
 
Miguel A. García
 
Capítulo 13
 
     DÍA 8

     Sobre las cinco de la madrugada, Aurora se despertó sobresaltada. Escuchó unos sonidos raros, que al principio no supo identificar, hasta que se dio cuenta de que los estaba emitiendo su marido, el cual, evidentemente, presentaba algunas dificultades para respirar.
     Encendió la luz, y el cuadro que se presentó ante sus ojos la alarmó sobremanera. Ramón estaba bañado en sudor y su piel presentaba cierta decoloración. Cada inspiración producía un ruido muy preocupante, y parecía que mantenía una lucha continua para llevar unas bocanadas de aire hacia los pulmones.
     La abuela fue a despertar rápidamente a sus hijos, y Marcos llamó de inmediato a una ambulancia. Intentaron espabilar al abuelo, pero parecía que éste estaba en un estado de semiinconsciencia. Por fin, abrió los ojos y, desorientado, les preguntó:
     —¿Qué ocurre?
     —Estás respirando un poco mal... —le expuso su hija—. Y estás sudando mucho...
     —Pues sí que tengo algo de frío... —se quejó él.
     Mientras esperaban a los sanitarios, Alba le puso el termómetro, y después, al mirar el dial, se asustó:
     —¡Dios mío! —exclamó—. Tienes casi cuarenta de fiebre...
     Rápidamente, Alba se dispuso a preparar un kit de ropa limpia y a recoger los utensilios de uso personal del abuelo, por si acaso en el hospital consideraban que debía permanecer ingresado.
     Con tanto jaleo, Raquel se despertó, y, aún adormilada, preguntó a sus padres:
     —¿Qué pasa?
     —Es el abuelo, hija... —le contestó su madre—. Se ha puesto algo peor. Hemos llamado a una ambulancia para que lo lleven al clínico...
     La niña, desconcertada y compungida, sólo pudo decir:
     —Abuelo...
     —Vuelve a la cama, anda.
     —No puedo, mamá. No podría volver a dormirme. Prefiero quedarme con vosotros.
     —Como quieras, hija. Pero cuando lleven al abuelo, no pongas esa cara... Si él te ve así seguro que se va muy preocupado porque va a pensar que está grave...
     Y es que Raquel tenía los ojos llorosos.
     —Vamos a procurar no despertar a tu hermano.
     Después de poner a Ramón un pijama nuevo, Marcos y Alba le ayudaron a desplazarse hasta el salón. Le sentaron en el sofá, arropándole con una manta.
     Una vez acomodado, sorprendido al ver a su nieta, le dijo:
     —Raquél, pero qué haces levantada a estas horas...
     Ella se esforzó en sonreír mientras le contestaba:
     —Abuelo, no podía dejar que fueras al clínico sin que te diera un beso...
     —Gracias, cariño... Pero tendrá que ser un beso a distancia. No quiero contagiarte la gripe.
     Después, mirando a sus hijos y a Aurora, les preguntó:
     —¿De verdad es necesario ir al clínico?
     La pregunta era puramente retórica, pues sabía que la decisión estaba ya tomada, pero, además, se daba cuenta de que era necesario, pues no se encontraba nada bien. No le importaban demasiado los escalofríos continuos que sentía, o los dolores musculares, o el ligero dolor de cabeza que no se iba nunca, o esa molesta tos seca en su doliente garganta... Lo que le preocupaba es que notaba que no le llegaba el aire a los pulmones. Por más fuerte que inspirara, sentía una sensación de ahogo que le producía una gran ansiedad.
     Los minutos fueron pasando con una lentitud exasperante. Todos se agruparon en torno al abuelo sin hablar demasiado, pues, en su estado de ánimo, costaba que las palabras salieran de sus corazones.
     Por fin llamaron al timbre. Tras unos veinte minutos, la ambulancia había llegado.
     Cuando recibieron a los sanitarios, toda la familia quedó muy sorprendida, sobre todo Raquel, la cual no salía de su pasmo. Los auxiliares venían no sólo con mascarilla y gafas de protección, sino que se presentaron enfundados con un traje blanco que les tapaba desde la cabeza, con una capucha integral, hasta los pies.
     Los paramédicos se percataron de su estupor, y, mientras atendían al enfermo, les comentaron:
     —Por los síntomas que nos han comunicado por teléfono, es muy probable que su familiar tenga el coronavirus... Es posible que ustedes también estén contagiados. Por ello, es imprescindible que permanezcan en casa hasta que les hagamos las pruebas...
     Reponiéndose de su desconcierto ante esta noticia, Alba les preguntó:
     —Pero, ¿no podemos acompañarle uno de nosotros hasta el hospital?
     —No, señora —le respondió uno de ellos—. Es imposible. El paciente debe guardar un completo aislamiento a partir de ahora mismo.
     Después, dirigiéndose al abuelo en un tono amable, uno de los sanitarios le preguntó:
     —Señor, ¿cómo se llama usted?
     —Ramón —contestó escuetamente a aquellos seres que parecían provenir de otro planeta.
     —Bueno, Ramón. Usted no se preocupe por nada. Le vamos a sentar en una silla y le llevaremos al clínico. Se va a poner bien, pero, de momento, tiene que despedirse de la familia...
     Al cabo de unos minutos, ya solos, Alba y Marcos, junto con la abuela y su nieta, oyeron como se iba alejando el sonido de la sirena de la ambulancia. Durante unos segundos reinó el silencio, hasta que Alba no pudo más y se puso a llorar.

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