Miguel Ángel García » Infestación 10
Miguel Ángel García
Infestación
 
Miguel A. García
 
Parte II: UNIVERSO EXTERIOR
 
Capítulo 10
 
     DÍA 1

     —Papá, te veo algo desganado. ¿No te encuentras bien?
     —Estoy bien, no os preocupéis. Sólo es que estoy un poco cansado.
     —Estás tosiendo algo... A ver si has cogido algo de frío el domingo, cuando llevaste a Raquel y a Luis al parque... ¿Te abrigaste bien?
     —Que sí... Es que esta noche he dormido fatal...
     —Pues hoy ni se te ocurra salir...
     —No pensaba salir. Creo que voy a tumbarme un rato en el sofá... Por cierto, perdona, hija, no he querido decírtelo antes, pero hoy la comida estaba un poco insípida...
     —¿Insípida? Pero si he hecho las albóndigas como siempre...
     —Pues a mí no me han sabido a nada, ni me olían a nada.
     —¡Niños! ¡Venid un momento!
     Los hijos de Alba, que estaban en sus respectivas habitaciones, muy cercanas al salón, aparecieron casi a la vez:
     —¿Qué ocurre, mamá? —preguntó Raquel, la mayor de los dos.
     —Sí, qué pasa... —inquirió el más pequeño.
     —¿Os han gustado las albóndigas?
     —¡Síííí! ¡Mucho! —confirmó Luis—. ¡Qué ricas!
     —¡Claro! —asintió Raquel, extrañada por el requerimiento de su madre—. ¿A qué viene preguntárnoslo?
     —Es que el abuelo dice que estaban mal...
     —¡Eh! Que yo no he dicho eso... Sólo he comentado que no les encontraba ningún sabor.
     —Será porque estás cogiendo catarro... —conjeturó Alba—. A tu edad, deberías cuidarte más.
     La abuela Aurora estuvo escuchando todo desde la cocina, y entonces aventuró una hipótesis:
     —A ver si va a ser por la vacuna de la gripe...
     —Pero si se la ha puesto hace más de quince días... Si te hubiera hecho reacción, abuelo, lo hubieras notado antes, digo yo...
     —¿Nos podemos ir ya? —inquirió la niña—. Tengo deberes...
     —Yo también... —expuso Luis.
     La madre asintió con la cabeza, y ambos se fueron para sus cuartos respectivos.
     La abuela Aurora y su hija Alba se miraron. El abuelo siempre era muy activo, y no era normal que mostrara estos signos de fatiga.
     No queriendo que nadie se preocupara, la segunda decidió animar a sus progenitores adoptando cierto aire dicharachero:
     —Venga, abuelo, descansa, pero no duermas más, que ya has echado una cabezadita en la siesta... Esta noche te prepararé un vaso de leche caliente con miel antes de que te vayas para la cama... Ya verás cómo mañana te vas a levantar como nuevo...
     Ramón, ya recostado en el sofá, le dedicó una sonrisa, aunque por dentro, su gesto era algo más serio. No había querido decírselo a nadie, pero tenía un molesto dolor de cabeza. Como prácticamente no había tenido una cefalea en su larga vida, esa desagradable sensación no le dejaba relajarse.
     Alba le tapó con una mantita, y después de dejarle el mando a distancia a mano, giró la televisión para que pudiera verla mejor.
     —Gracias...
     —De nada, papá... Ahora, relájate...
     —¡Vaya con el bello durmiente! —exclamó la abuela Aurora desde la puerta del salón, adonde acababa de llegar en este momento—. Bueno, ya terminé de recoger la loza del lavavajillas.
     Ramón rió el chascarrillo de su mujer y se arropó lo mejor que pudo. Acababa de sentir un ligero escalofrío.

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