Miguel Ángel García » Niño dormilón 10
Miguel Ángel García
El niño dormilón
 
Miguel A. García
 
Capítulo 10  (final)
 
     Mientras evacuaban a los pilotos y la tripulación de cabina charlaba con los operarios de tierra, los pasajeros iban recogiendo con calma sus enseres, preparándose para cuando les ordenasen salir.
     Gonzalo se desperezó enseguida y volvió a mostrar un comportamiento vivaracho.
     —¿Ya hemos llegado? —preguntó.
     —¡Menuda siesta te has echado! —le recordó el padre—. Casi nos tenías preocupados a mamá y a mí...
     —Sí... Me entró mucho sueño... La verdad es que no me he enterado del vuelo... Bueno, no me importa mucho porque estuve soñando una gran aventura...
     —Una aventura... Nos interesa —expuso su madre—. ¿Por qué no nos la cuentas mientras esperamos para bajar del avión?
     —Estuve soñando con el abuelo Tomás.
     —¿Con el abuelo Tomás? —quiso confirmar Alfredo, intrigado—. Cuenta...
     Sus padres le miraron expectantes.
     —Soñé que estábamos sentados en la cabina de los pilotos. Él, en el sillón de la izquierda, llevaba el avión, y yo hacía de copiloto, y me dejó tocar los mandos...
     Silvia y Alfredo consideraron que, estando viajando en avión, era de lo más normal que soñara con eso.
     —Volamos entre nubes enormes y ahí pilotaba yo... ¡Qué pasada! Después nos encontramos con una gran tormenta... A mí me entró un poco de miedo, porque el avión empezó a moverse para todos los lados, y empezó a llover mucho. Parecía que estábamos en un tiovivo... Aquí el abuelo cogió ya el volante, o el cuerno, como lo llamó él, y me dijo que no me preocupara... Después sí que me asusté, porque nos chocamos contra un granizo enorme... Yo creía que se iba a romper el cristal, porque se agrietó un poco... Pero, mamá, lo más alucinante pasó después. ¡Teníais que haberlo visto! Os hubierais quedado también con la boca abierta... ¡Hicimos un salto al hiperespacio igual que en Star Trek! Las estrellas pasaban a nuestro alrededor y resbalaban por el parabrisas. Las luces no dejaban de pasar. Nos estábamos moviendo a la velocidad de la luz. Yo no podía dejar de mirar. Estaba fascinado...
     Al narrar su odisea con voz muy alta, debido a su entusiasmo, los pasajeros que estaban sentados en derredor de Gonzalo no pudieron evitar oír lo que estaba contando el crío, y, atónitos, miraron a sus padres, como esperando una explicación. Todos sabían que el niño había estado durmiendo todo el viaje, y no se explicaban cómo podía saber lo que había pasado en el vuelo.
     Ajeno a la perplejidad de sus propios padres, Gonzalo siguió relatando su sueño con la misma vehemencia:
     —Después de viajar por el hiperespacio, el abuelo Tomás me dijo que teníamos que apagar los motores, porque se habían recalentado y despedían llamas. Me indicó qué botones tenía que pulsar... Cuando apagué los motores quedó todo en silencio, y poco después salimos del hiperespacio... Pero poco después, cuando estábamos tan tranquilos, nos atacaron los Klingon, con sus armas laser. Nos habían seguido. Veíamos resplandores por todas partes, y nos alcanzaron con uno de sus disparos. Todo el cielo se iluminó con un gran fogonazo y un gran ruido, pero no nos pasó nada porque teníamos activado el escudo defensivo... Nos quedamos a oscuras, ya que el abuelo había pasado toda la energía a los escudos... Pero enseguida lo arregló, y otra vez se iluminó el cuadro de mandos...
     Se fue formando un corro de gente pasmada alrededor del asiento de Gonzalo. Su relato era fascinante, porque, a su manera, estaba relatando lo que ocurrió en la realidad.
     El niño se sorprendió al ver que todo el mundo le prestaba tanta atención, pero, lejos de amilanarse, se animó aún más:
     —Luego el abuelo me dijo que debíamos de tomar tierra ya en el planeta, y, aunque la nave iba sin motores, planeamos hasta que vimos las luces en el suelo. Dábamos muchos bandazos, y por eso aquí no me dejó coger el volante, pero me indicó qué palanca tenía que mover, y fui yo el que bajó las ruedas del tren de aterrizaje... Y también me pidió que moviera un poco otra palanca que no sé para qué servía... Después, en la pista, accioné otra cosa que él me dijo que era un freno, y el avión se fue parando bastante rápido... Al mirar por las ventanas vimos muchas luces que venían hacia nosotros. Debían ser los de la base terrestre, porque, como los Klingon nos habían atacado, estábamos en alerta... Cuando la nave se detuvo, el abuelo Tomás me miró y me dijo: «Lo has hecho muy bien...», y me aplaudió... Y entonces me desperté...
     Todos a su alrededor se quedaron ensimismados y aturdidos con su relato, porque ahora todo el mundo estaba ya al tanto de que habían estado volando con los pilotos inconscientes.
     Contemplando sus rostros, Gonzalo no pudo por menos que preguntar:
     —¿Por qué me miráis así?
     Entonces su madre le abrazó con todo su corazón, rompiendo a llorar, mientras pensaba: «El abuelo nos ha salvado...».
     Gonzalo se sorprendió mucho al ver las lágrimas de su madre, y le preguntó con algo de intranquilidad:
     —Mamá, ¿por qué lloras?
     Quien le respondió fue su padre:
     —Porque te queremos, hijo. Te queremos muchísimo...
     En realidad, tanto Silvia como Alfredo tenían en mente que el abuelo Tomás había sido piloto comercial.
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