Miguel Ángel García » Niño dormilón 9
Miguel Ángel García
El niño dormilón
 
Miguel A. García
 
Capítulo 9
 
     A través de la persistente lluvia, los pasajeros del avión pudieron contemplar cómo se estaban acercando hasta ellos a toda velocidad los camiones de bomberos y algunas ambulancias. Suponían que era porque habían conseguido realizar un aterrizaje de emergencia sin los motores.
     Ya que no podían contar con las directrices de los pilotos, José Manuel y Rosa se apresuraron a abrir la puerta normal del aparato por la que se había realizado el embarque, mientras la sobrecargo daba consejos a los viajeros para que se mantuvieran aún sentados y tranquilos, a la espera de recibir instrucciones.
     Rápidamente se arrimó la escalera de emergencia, pero no para desembarcar a los pasajeros, sino para que subieran algunos técnicos del aeropuerto. Una vez a bordo, rápidamente abrieron la cabina de vuelo por el método empleado en contingencias, y, al ver a los pilotos, se quedaron pasmados. Los tres estaban desmayados ocupando sus asientos con todos los cinturones de seguridad ajustados.
     Fueron acomodados en las camillas sanitarias y, con celeridad, los bajaron por la escalerilla, ante las miradas atónitas de los ocupantes del avión. Haciendo sonar estruendosamente sus sirenas, las tres ambulancias se alejaron a toda prisa, en medio de un arcoíris de luces amarillentas.
     —¿Cómo están? —preguntó Katia a uno de los operarios del aeropuerto que habían subido al aparato—. ¿Qué les ha pasado?
     —Es pronto para saberlo... —respondió aquél, todavía aturdido por todo lo que había ocurrido, cerrando completamente tras sí la puerta de la cabina de pilotaje—, pero están vivos... Quizás hayan comido algo en mal estado en el hotel... De todas formas, hay un olor raro en la cabina. Puede que se haya filtrado algún tipo de gas procedente de la zona inferior.
     Después, unos y otros se sostuvieron la mirada. Todos sabían que aquí había pasado algo más.
     Los técnicos habían estado en la torre de control, y se habían mantenido en vilo observando en el radar las maniobras de aproximación del avión. Sabiendo que venía sin motores, el aterrizaje en mitad de la tormenta fue una auténtica hazaña para los pilotos. Eso fue lo que pensaron todos. Pero si aquéllos habían permanecido inconscientes, como así parecía, la aproximación visual al aeropuerto era de todo punto de vista imposible.
     Fue Katia quien abrió el melón, al mismo tiempo que entraban en la conversación Rosa y José Manuel, junto con otro experto de la compañía aérea:
     —¿Estamos en Madrid?
     La pregunta de la sobrecargo sorprendió a los técnicos. Se daban ahora cuenta cabal del infierno por el que tenía que haber pasado esta gente.
     —Sí. Estamos en la T4... Según nuestros cálculos, habéis conseguido llegar a la pista gracias a que volabais demasiado alto... Sin dispositivos de posición, no nos explicamos cómo los pilotos han conseguido orientar el aparato, suponiendo que estuviesen aún conscientes... ¿Qué demonios ha pasado allí arriba?
     Los tripulantes de vuelo, ansiosos para que se pudiera evacuar el avión lo antes posible, les hicieron un relato escueto de todo lo que les había ocurrido, haciendo especial mención en que los pilotos dejaron de responder poco después de llegar a la altura de crucero, cuando el avión se dirigía directo hacia una gran tormenta, tal como constataron los propios controladores.
     —Pero, entonces, ¿quién bajó el tren de aterrizaje? —les interrogó el técnico de la compañía—. ¿Y quién extendió los flaps1? Habéis hecho una aproximación visual correcta, a pesar de la falta total de visibilidad, y un aterrizaje perfecto, teniendo en cuenta las condiciones que hay... Alguien tuvo que accionar también los frenos aerodinámicos de las alas. No se activan solos. Y los frenos de las ruedas...
     Ni Katia ni sus compañeros sabían qué decir. No obstante, Rosa no podía quitarse de la cabeza lo que vieron allí arriba:
     —Tampoco tenemos ni idea de qué fueron esas luminiscencias que envolvieron las alas...
     —Bueno... —titubeó uno de los técnicos—. Para eso sí que podemos tener una explicación. Quizás se trate de cenizas volcánicas...
     —¿Cenizas? —repitió José Manuel, incrédulo.
     —En Islandia ha habido erupciones recientes, y los vientos de altura de esta borrasca pueden haber traído alguna masa de aire portando esas cenizas. Al rozar con el aparato se ionizan y producen el fuego de San Telmo.
     —Pues parecía una luz sobrenatural... —apostilló Rosa.
     —Lo sabremos a ciencia cierta cuando analicemos los motores... Si estoy en lo cierto, encontraremos escoria volcánica pegada a las paletas. Ello explicaría el fuego que salía de ambos motores... Lo que no nos explicamos es cómo se apagaron. Ello sólo se puede hacer desde la cabina de pilotaje, y si los pilotos estaban ya inconscientes... A ver qué nos dicen las cajas negras...
     —Dejemos de hablar aquí... —rogó el ingeniero de la compañía aérea—. Ya ha llegado el autobús para los pasajeros. Evacuemos el avión y vayamos a la terminal. Tenéis que explicar muchas cosas.
     —¿Se recuperarán los pilotos? —interrogó Katia.
     —Los sanitarios de las ambulancias creen que sí... Les han puesto oxígeno, y parece que han reaccionado bien. Tenemos que investigar ese olor de la cabina de vuelo... Espero que se repongan pronto, porque también van a tener que explicar muchas cosas.
1   Superficies secundarias en las alas que se extienden para el aterrizaje.
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