Miguel Ángel García » Niño dormilón 7
Miguel Ángel García
El niño dormilón
 
Miguel A. García
 
Capítulo 7
 
     Entrando en el baño del avión para que los pasajeros no se dieran cuenta, Katia volvió a llamar a los controladores de Madrid para informarles de la grave situación en la que se encontraban. Desde tierra le manifestaron que faltaba una media hora para llegar a su destino, y que el aparato iba en la ruta correcta, pero ella les dio a entender, con una voz trémula, que dudaban de que saliesen vivos de esta situación:
     —Los motores están ardiendo, y los pilotos siguen sin contestar. No responden nada cuando llamamos a la puerta de la cabina de vuelo...
     —Tranquilícese... Buscaremos una solución...
     La azafata sabía lo que significaban estas buenas palabras. No iban a hacer nada, porque nada podían hacer.
     Después de secarse las lágrimas, salió del pequeño cubículo, y miró con pesadumbre a sus dos compañeros. Éstos comprendieron enseguida lo que ya suponían: estaban solos.
     —Me han dicho que estamos a una media hora de Madrid.
     —Eso no nos ayuda en nada —concluyó José Manuel—. Seguimos volando con el piloto automático. La senda de planeo para el aterrizaje necesita de la participación de los pilotos... Nos pasaremos de largo y estaremos en el aire hasta que se agote el queroseno.
     —Y después nos estrellaremos... —concluyó Rosa con los ojos vidriosos, conteniendo las lágrimas.
     —Eso si los motores resisten... —advirtió Katia—. No creo que aguanten mucho más en ese estado.
     De repente se oyó un gran murmullo en la cabina de pasajeros. La jefa de tripulación terminó de recorrer la cortinilla y, entonces, alguien le gritó:
     —¡Ya no sale fuego por el motor! La lluvia debe de haberlo apagado...
     —¡Por el otro motor tampoco salen llamas! —informó un ocupante del otro lado del pasillo.
     En un primer momento, todo el pasaje se congratuló, mirándose unos a otros en silencio. Pero esa primera mirada de regocijo poco a poco se tornó en extrañeza, pues en la cabina se había hecho el silencio, demasiado silencio...
     Los motores habían dejado de funcionar.
     —Señorita, ¿qué ocurre? —preguntó una viajera.
     —¡Nos hemos quedado sin motores! —gritó un pasajero de la parte de atrás.
     —¡Nos vamos a estrellar! —vociferó otro hombre que estaba entrando en estado de pánico.
     En este momento se fue la iluminación del avión y la cabina de pasajeros quedó a oscuras, ante el espanto de todos. Al detenerse los motores, se habían desactivado todos los sistemas que dependían de su funcionamiento.
     Era pleno día, pero el espesor de la nubosidad tormentosa que estaban atravesando era tal que a través de las ventanillas sólo se veía una penumbra difusa, donde aún se vislumbraban esas luciérnagas caprichosas en torno a las alas. En las proximidades surgían continuamente fulgores efímeros debido a la abundancia de relámpagos.
     Notaron que el avión se había inclinado algo hacia el morro. Sin propulsión, era evidente para todos que estaban descendiendo. Por primera vez se empezaron a escuchar algunos lloros, y otras personas adoptaron una actitud en la que parecía que estaban rezando.
     De súbito, uno de aquellos rayos impactó de lleno en el fuselaje del avión, produciendo un resplandor fantasmagórico cegador y un ruido sordo que ahogó los gritos surgidos de algunas gargantas.
      Acto seguido, de repente, se encendió el alumbrado de cabina, ante el desconcierto de la gente. Muchos pensaron que el rayo había activado, de alguna manera, las luces. En cualquier caso, el poder verse unos a otros pareció tranquilizar un poco a todos.
     En realidad, lo que había ocurrido es que había comenzado a funcionar la llamada "Unidad de Potencia Auxiliar", que se activa automáticamente si los motores se paran, alimentando la iluminación y el aire acondicionado.
     Tras un par de minutos en los que reinó la confusión, todos se percataron del grave apuro en el que se encontraban. Era evidente que el avión seguía descendiendo, y si los pilotos no eran capaces de volver a encender los motores, planearían hasta estrellarse en cualquier sitio. Y, además, aunque intentasen buscar un lugar para aterrizar, con esta tormenta era imposible ver nada.
     Silvia y Alfredo se habían juntado más y estuvieron todo el rato con las manos entrelazadas. Gonzalo seguía durmiendo tranquilamente, ajeno a las tribulaciones que estaban padeciendo todos. Mirándolo con ternura, su madre comenzó a pensar si este sueño pesado que tenía su hijo no sería una especie de premonición, una forma que tenía el destino de librar a su pequeño del sufrimiento que estaban pasando y del terrible final que quizás se avecinaba.
     Alfredo se percató de que su mujer estaba mirando fijamente a Gonzalo desde hacía un rato, y trató de consolarla:
     —Saldremos de esta, ya lo verás...
     Ella le miró y ya no pudo más. Se echó en sus brazos, llorando, mientras balbuceaba:
     —Haría falta un milagro...

Ir al capítulo siguiente
Retrocede a la pág. anterior
Enlaces Institucionales
Portal de educación Directorio de Centros Recursos Educativos Calendario InfoEduc@
Reconocimientos
Certificacion CoDice TIC Nivel 3