Miguel Ángel García » Niño dormilón 6
Miguel Ángel García
El niño dormilón
 
Miguel A. García
 
Capítulo 6
 
     Los que pudieron contemplar el fenómeno, no podían dar crédito a lo que veían. En derredor del aparato, pero sobre todo en las alas, una interminable serie de ráfagas luminosas se deslizaban fugazmente, envolviendo a los motores con una escurridiza luz blanquecina y fantasmal.
     Ninguno de los pasajeros podía apreciarlo, ni tampoco los pilotos, que permanecían inconscientes acomodados en sus butacas, pero el espectáculo en la cabina de vuelo parecía algo sobrenatural.
     Miles de destellos se formaban delante del parabrisas, desparramándose hacia los lados debido a la velocidad, formando una suerte de lluvia incandescente de una belleza cautivadora.
     Los viajeros no podían apartar la mirada, como si estuviesen hipnotizados. Se preguntaban qué estaba pasando.
     Por un instante, Alfredo pensó en despertar a su hijo para que no se perdiera algo así. Sabía que a Gonzalo le encantaban las películas de ciencia ficción, y para él esta visión sin duda representaría un viaje por el hiperespacio a bordo de la "Enterprise". Sin embargo, se contuvo. El niño dormía plácidamente, y ni siquiera llegó a plantear a su mujer la posibilidad de despertarle.
     Esos misteriosos fulgores, lejos de aminorar, parecía que se estaban intensificando. Muchos empezaron a tener un miedo irracional. Una cosa era una tormenta, que es algo aterrador en pleno vuelo, pero comprensible, y otra cosa muy distinta era esa irradiación desconocida salida de ninguna parte, que, al parecer, envolvía todo el avión.
     Algunas mentes comenzaron a divagar, pensando que quizás estaban atravesando alguna suerte de "Triángulo de las Bermudas" imaginario, y que estaban realizando una travesía a través de otras dimensiones... Tal vez no pudieran volver nunca...
     Algún pasajero nervioso, sentado en la parte delantera del aparato, denotando bastante impaciencia y algo de impertinencia, preguntó a la tripulación de cabina:
     —¿Por qué no nos informan? ¿Por qué no nos dicen nada los pilotos? ¿Qué están haciendo ustedes?
     Ni Katia ni sus compañeros estaban en condiciones de informarles de nada. Ni siquiera les había dado tiempo a ir hasta una ventanilla a ver qué es lo que estaban viendo los demás. Finalmente, José Manuel procuró tranquilizar al alterado caballero:
     —¡Cálmese, señor! ¡Y permanezca sentado!
     De repente, alguien gritó:
     —¡Están empezando a salir algunas llamas por el motor!
     Esta vez la sobrecargo reaccionó de inmediato. Un fuego en un motor era algo muy serio, así que se aproximó como pudo hasta una de las ventanillas más cercanas y pidió que la dejasen echar un vistazo.
     Al mirar al exterior se quedó totalmente pasmada. Ahora comprendía por qué los pasajeros se mostraban tan nerviosos. Aquellos hilos luminiscentes que se retorcían pegándose a las alas le daban la impresión de que provenían de otro mundo. Además, parecía que tenían alguna predilección por los motores, pues una gran mayoría de esas luminarias se agolpaban y resbalaban en torno a ellos, en una danza espectral que estaba consiguiendo subyugarla.
     Por fin Katia reaccionó, porque, efectivamente, vio que un motor escupía una llamarada de fuego de un par de metros.
     Otra alarma sonó de la bancada del otro lado del aparato:
     —¡Aquí también sale fuego del motor!
     La azafata sabía que aquello era extremadamente grave. Sólo se le ocurrió decir a los que la rodeaban:
     —¡Voy a avisar a los pilotos! ¡Guarden la calma! Y, por favor, sigan con los cinturones abrochados...
     Katia se reunió con sus compañeros y, sin correr la cortinilla, cogió el telefonillo de la pared. Quería que todo el mundo la viese. Ante la mirada cómplice de sus colegas, simuló hablar con los pilotos, informándoles del problema de los motores incendiados. Poco después, se dispuso hablar al pasaje a través de la megafonía:
     —Señores pasajeros, mantengan la calma y sigan con los cinturones bien ajustados. Los pilotos ya sabían que los motores tenían algún pequeño problema debido a la tormenta, y están tratando de solucionarlo.
     —¿Y por qué no nos lo dicen ellos directamente? ¿Qué nos están ocultando? —vociferó alguien.
     —Sí... ¿Por qué no nos dicen lo que pasa? —protestó otra voz—. ¡Qué son esas luces de fuera!
     —¡Por favor, que nos digan qué le está pasando al avión! —pidió una mujer con una voz desgarradora, abrazando a su hija.
     Katia temía un motín, y si los pasajeros se enteraban de que no había forma de comunicarse con los pilotos ni de saber en qué estado se encontraban, el pánico sería total. Por ello, su respuesta fue tajante:
     —Como pueden comprender, los pilotos están demasiado ocupados para poder decirles ahora nada. Están tratando de mantener el avión bajo control. Dejemos que trabajen...
     De momento estas palabras parecieron contentar y calmar algo a los viajeros, pero los tripulantes de cabina sabían que la situación era realmente crítica. Un motor incendiado es una situación muy peligrosa, pues si no se apaga enseguida el avión entero corre el riesgo de incendiarse en el aire. Y en este caso, eran ambos motores los que estaban escupiendo fuego. Los indicadores luminosos de la consola de cabina lo estaban indicando, pero ninguno de los pilotos podía verlo.

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