Miguel Ángel García » Niño dormilón 4
Miguel Ángel García
El niño dormilón
 
Miguel A. García
 
Capítulo 4
 
     Transcurrido un buen rato, en el que parecía que los pasajeros se habían acostumbrado más o menos a los meneos del avión, el sobrecargo de la tripulación de cabina, a la que llamaban familiarmente Katia (por Catalina), recibió un extraño mensaje en su móvil. El teléfono estaba en "modo avión", pero al tenerlo conectado al WiFi del aparato, podía recibir notificaciones, si era necesario, de los controladores aéreos.
     Estaba sentada en la parte posterior de la carlinga, y, al leer el mensaje, algo extenso, se puso pálida. Por fin reaccionó y descolgó un teléfono, situado estratégicamente en la pared, que daba paso a la telefonía interna del avión. Marcó cierto número y esperó... Volvió a marcar, y esperó... Cada vez se estaba poniendo más nerviosa.
     Muy alterada, le hizo unos gestos a José Manuel, el azafato más cercano, instándole a que se reuniera con ella. Aquél se extrañó bastante del requerimiento de su jefa de cabina, porque sabía que, con estas turbulencias, no podrían dar el servicio.
     Una vez que llegó a su altura, ambos pasaron, a instancias de ella, a la zona "galley", donde se preparan las comidas para el pasaje.
     Al percatarse de su inquietud, enseguida le preguntó:
     —¿Qué pasa, Katia?
     La sobrecargo tardó unos momentos en contestar. Luego le manifestó:
     —He recibido una comunicación de los controladores de Madrid. Dicen que el transpondedor del avión ha enviado un código 7700.
     —Ese es un aviso de emergencia general, ¿no? Será por la tormenta...
     —También dicen que hace más de media hora que no tienen comunicación ninguna con los pilotos... Lo último que transmitieron éstos fue «Echo, Echo, Echo»1, y, desde entonces, nada... Y que volamos un poco más arriba que la altitud normal de crucero que deberíamos llevar... No saben si puede haber un problema con la radio, aunque el transpondedor no ha enviado ningún "7600".
     El azafato guardó silencio. No tener comunicación con tierra era algo muy serio.
     —¿El comandante te ha dicho algo?
     —Ese es el problema —le contestó ella con una evidente intranquilidad—. He estado llamando a la cabina y nadie contesta... Estoy empezando a asustarme...
     Su compañero la miró con aire de incredulidad. Aquello no podía estar pasando.
     —Pepe, ve hasta la cabina —le pidió Katia—, y trata de contactar con los pilotos a través de la puerta. Quizás no funcione tampoco la telefonía interna... Y sé discreto... Los pasajeros no deben enterarse de nada. Sólo nos falta que cunda el pánico... Y avisa a Rosa.
     —De acuerdo... Iré hasta allá si los bandazos me dejan...
     El aparato no dejaba de moverse en todas direcciones, o de ladearse a un lado y luego al otro. Parecía que se iba a romper en cualquier momento.
     José Manuel pugnó por avanzar a través del pasillo, pero tenía que apoyarse continuamente en las cabeceras de los asientos debido a los bandazos de la aeronave. En más de una ocasión estuvo a punto de perder el equilibrio. El temporal se estaba cebando con ellos.
     Por fin llegó hasta donde estaba su compañera Rosa, la otra azafata, la cual, desde su trasportín, había estado contemplando sus esfuerzos para intentar llegar hasta ella, sin comprender por qué lo hacía.
     Cuando informó a su compañera de lo que ocurría, ésta se quedó a cuadros, incrédula ante lo que estaba oyendo.
     Rápidamente, el auxiliar golpeó varias veces con el puño cerrado la puerta de la cabina de vuelo. Al no obtener respuesta, repitió la llamada por segunda vez mientras decía con una voz bastante fuerte:
     —¡Comandante! ¡Segundo!
     Pero ni estos ni el ingeniero de vuelo daban señales de vida.
     —¡Abran, por favor! ¡Digan algo!
     En este momento el aparato atravesó algunas bolsas de aire que estaban a diferentes temperaturas, lo que hizo que subiera y bajara varias veces como si estuvieran moviéndose por una montaña rusa. El azafato cayó al suelo y no paraba de golpearse contra las paredes del corto pasillo. Anclada a su asiento, Rosa le sujetó como pudo, y ello le libró de sufrir algún percance mayor.
     Desde la cabina de pasajeros llegaban algunos gritos de gente asustada.
     Este episodio violento terminó tan pronto como comenzó.
     Rosa se interesó por su colega mientras le ayudaba a incorporarse:
     —¿Estás bien?
     —Sí... Creo que sí... Sólo tengo alguna magulladura.
     Después ella le preguntó, llena de temor:
     —Pepe, ¿qué está pasando?
     Su compañero no tuvo tiempo de pensar en una respuesta que, por otra parte, no tenía. Al momento, una intensa granizada comenzó a golpear la carrocería del aparato, produciendo un ruido atronador que solapaba al propio rugido de los motores.
1   Código que indica vientos muy fuertes, con riesgo para el avión.
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