Miguel Ángel García » Niño dormilón 3
Miguel Ángel García
El niño dormilón
 
Miguel A. García
 
Capítulo 3
 
     En su ruta preestablecida, el avión se estaba acercando cada vez más hacia una zona de grandes nubarrones oscuros, los cuales se elevaban muy altos en un cielo que poco a poco iba desapareciendo.
     Como el comandante del vuelo había predicho, no tardaron en presentarse algunas turbulencias. Al principio fueron suaves, se diría que hasta divertidas para algunos, y los padres de Gonzalo casi se lamentaron de que su hijo estuviese dormido, pues seguramente le hubiera gustado "vivirlas".
     Sin embargo, cuando el aparato comenzó a sumergirse en aquella penumbra, las cosas cambiaron bastante rápido. Los vaivenes arriba y abajo se hicieron cada vez más pronunciados, al igual que las sacudidas, y algunos pasajeros empezaron a notar síntomas de mareo.
     —Nos estamos metiendo en una tormenta... —comentó alguien.
     Silvia y Alfredo se miraron con cierto aire de preocupación. Era media mañana, pero era cierto que el cielo se estaba tornando bastante negro.
     De repente, el avión se topó con una zona de altas presiones, y comenzó a bajar descontroladamente en vertical, hasta el punto de que, durante unos interminables diez segundos, la fuerza de la gravedad desapareció, sembrando el desconcierto entre los viajeros. Ante el asombro de éstos, todo lo que no estaba anclado flotó ante sus narices como si navegaran por el espacio exterior.
     Después, como si fuese una contrarréplica, la aeronave comenzó a elevarse bruscamente, haciendo que cada cual pesase más de lo debido. Todo empezó a caer hacia el suelo, incluso algunos pequeños bolsos y objetos que se suponían seguros en los compartimentos situados encima de sus cabezas.
     Esta elevación duró bastante más tiempo que el descenso. Ante los requerimientos de los auxiliares para conocer el estado del pasaje, se comprobó que, por fortuna, nadie había resultado herido.
     Tras unos zarandeos importantes, parecía que el avión se estaba estabilizando. Una lluvia importante estaba golpeando el exterior del aparato.
     Un señor aprovechó este momento para conseguir hacerse oír por una azafata que permanecía sentada en la parte delantera de la cabina:
     —¡Señorita!
     Levantando también la voz, ella se disculpó por no poder atender su eventual demanda:
     —¡Lo siento, caballero! ¡No tengo autorización para levantarme!
     —¡No quería pedirle nada! ¡Sólo quería saber por qué no nos hemos desviado para evitar esta tormenta! ¡He estado fijándome, y hemos ido directo hacia ella! ¡Había zonas del cielo más despejadas!
     Como ella no tenía la respuesta, simplemente le dijo:
     —¡Los pilotos saben lo que hacen!
     Silvia y Alfredo contemplaron a su hijo. Se extrañaron mucho de que, con tanto alboroto, Gonzalo no se hubiese despertado. Por un momento pasó por sus mentes la sospecha de que quizás pudiera ocurrirle algo, así que ella comenzó a acariciarle el pelo y después la cara con la clara intención de despertarle.
     Como seguía dormido, Silvia se alarmó y no tuvo reparos en someter a su hijo a un pequeño zarandeo en el hombro mientras repetía su nombre:
     —¡Gonzalo! ¡Gonzalo!
     Ahora sí, el niño se desperezó, miró a su mamá con un rostro somnoliento, y, en un tono de reproche, le dijo:
     —Mamá, por qué me despiertas... Tengo mucho sueño...
     —¿Estás bien?
     —Sí, claro...
     Justo en estos instantes el avión volvió a sufrir unas incómodas turbulencias que le hicieron inclinarse mucho de un lado, ante el temor creciente de los pasajeros.
     Sin hacer mucho caso, el pequeño se recostó otra vez en su asiento con la sana intención de seguir durmiendo.
     Sus padres permanecieron un rato mirando el rostro apacible de su retoño. Con la cabeza apoyada en la parte del respaldo cercano a la ventanilla, no miraba a través de ella, sino que sus ojos permanecían cerrados en lo que parecía un placentero sueño.
     —Esto no es normal, ¿no te parece? —comentó el padre—. Nunca le había visto con tanto sueño, y menos volando en avión... Tal como es de atrevido, estaría hasta disfrutando con esta tormenta...
     —Es verdad... —corroboró su mujer—. Parece que le ha picado la mosca tse-tse... Aunque esté cansado, no es para tanto... No será por algo que haya comido...
     —Hemos comido lo mismo que él... A lo mejor le ha dado un ataque de sueño, como a veces me pasa a mí cuando llevo el coche...
     —No gastes bromas con eso... Quizás haya dormido poco esta noche y, con este calor, se ha amodorrado...
     —La verdad es que, si no fuese por estos vaivenes, yo también echaría una cabezadita...
     —Bueno —concluyó Silvia—, parece que está bien... Dejemos que duerma...

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