Miguel Ángel García » Niño del escaque 9
Miguel Ángel García
El niño del escaque
 
Miguel A. García
 
Capítulo 9
 
     Santiago, movido por la curiosidad, recordando la conversación que tuvo con el padre del chico, le preguntó:
     —¿Y les das nombre a tus piezas? Por ejemplo, de animales...
     —¿Yo? No... Cuando conozco a una pieza nueva, se presenta a sí misma...
     —¿Cómo dices? No te entiendo... ¿Te hablan?
     —Continuamente... Porque yo me convierto en otra pieza, y así vemos la forma de ganar.
     —¿En qué pieza?
     —En la que convenga... Si puedo, a mí quien me gusta ser es un "arzobispo"... Es discreto, pero letal...
     —Entonces es el "arzobispo" el que dirige la partida...
     —¡No, qué va! Quien nos dirige a todos es el "gorrión".
     —Pero, ¿quién es el "gorrión"?
     —Nunca lo veo, pero cuando interviene le gusta actuar como el "saltamontes"...
     Santiago se estaba perdiendo. Sin duda todo este galimatías no era más que un conjunto de ingeniosos ardides creados por su mente para visualizar estrategias y prever los siguientes movimientos. Se trataba de una forma increíble de tener una visión espacial privilegiada, basada en relacionar las cuestiones tácticas con personajes inventados que podían hacer sus propios movimientos en tres dimensiones.
     —¿Y cuántos personajes hablan contigo? Quiero decir piezas...
     —He contado sesenta y cuatro.
     —¿Sesenta y cuatro? Pero si no hay tantas piezas...
     —Pero sí más formas de jugar al ajedrez, aparte de la nuestra... Muchas de las piezas proceden de tableros de otras épocas en las que se jugaba distinto a ahora, o de ajedreces en los que las reglas no son iguales que las oficiales... Cuando hace falta, el "gorrión" llama a otra pieza nueva, y así podemos salir de una situación apurada, aumentando nuestras posibilidades tácticas de ganar la partida.
     Su entrenador estaba realmente ensimismado. Él conocía que existían otros tipos de ajedrez, pero lo que no sabía era que su discípulo usaba esas herramientas para crear su propio "ajedrez mágico".
     —¿Y has investigado todo eso por Internet? —preguntó Santiago.
     El niño le miró sorprendido.
     —¿Investigar? ¿El qué?
     —Esas otras formas de jugar...
     —No sé de qué hablas... Yo sólo juego de una manera...
     —Pero me acabas de decir... ¿De dónde te vienen las ideas para actuar con esos trebejos que hacen movimientos tan raros?
     —No son movimientos raros, como tú dices. Son movimientos lógicos. El tablero plano cobra vida cuando se activan las piezas, y nos susurramos unos a otros las posibles estrategias. Cada pieza que muere, por ejemplo al realizar un sacrificio, desaparece del juego, y todos tenemos un sentimiento de pérdida. Por eso considero que, en la película de Harry Potter, el auténtico héroe es Ron.
     Santiago no sabía por dónde tirar. Era evidente que al chico le sobraba fantasía, pero, de alguna manera, había sabido compaginar ese mundo de ficción con un juego de una precisión lógica admirable. Pocos eran los que, a su edad, sabían diferenciar entre técnica y táctica.
     Eduardo pareció adivinar sus dudas, porque le dijo:
     —Veo que no crees mucho en lo que te estoy contando. Pero te estoy diciendo la verdad... Cuando miro el tablero no veo la posición, sin más. En mi cabeza todo es bullicio y movimientos. Las piezas se mueven arriba y abajo, o se arrastran, o saltan, buscando el mejor plan posible para llegar hasta el Rey contrario. Si alguna pieza se equivoca, las demás no se lo recriminan, sino que se ponen a "bailar" juntas para enmendar el error.
     —¿"Bailar"?
     —Bueno... Yo siempre les digo que parece que están "bailando", porque se mueven todas a la vez como si estuvieran danzando... Tendrías que verlo... Los movimientos que tenemos que realizar para solucionar un problema aparecen todos a la vez... Este sí que es un auténtico "ajedrez mágico"...
     No, Santiago no lo veía. De hecho, cada vez se estaba enterando de menos.
     —Además —siguió narrando Eduardo—, contamos con un arma que no tiene el adversario. Vemos sus piezas en diferentes colores...
     —¿Colores?
     —Si, por ejemplo, su intención es jugar con agresividad, arriesgando, cambian a un tono escarlata, y si tienen miedo se tornan moradas...
     Santiago alucinaba. En la imaginación del crío, las piezas contrarias cambiaban de color según sus emociones... Esto era ya demasiado para él, y renunció definitivamente a entender la mente del niño. No obstante, había algo que todavía le preocupaba:
     —Y dime, Edu... ¿Esto del "ajedrez mágico" te sigue pasando después de que te hayan operado?
     —No lo sé. No he jugado desde entonces... Por eso venía hoy. A ver si jugábamos alguna partida...
     —¡Es verdad! La partida...

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