Miguel Ángel García » Niño del escaque 7
Miguel Ángel García
El niño del escaque
 
Miguel A. García
 
Capítulo 7
 
     La operación, tal como se preveía, resultó bastante complicada. Después de más de cuatro horas de intervención, un médico salió al encuentro de los padres del niño, los cuales esperaban, angustiados, en una salita cercana a los quirófanos.
     —En principio, todo ha salido bastante bien —les dijo el cirujano, en un tono tranquilizador—, pero no les quiero engañar... No sabemos si puede quedarle alguna secuela...
     —¿Qué quiere usted decir? —le interrogó el padre, con mucha alarma.
     —La zona donde estaba el nódulo es muy delicada. Aún así, se le ha extirpado por completo. Al ser un tumor benigno, se recuperará completamente y podrá hacer vida normal, pero lo que no estamos en condiciones de saber todavía es si ha sido afectada alguna ruta cognitiva.
     —¿Cognitiva? —repitió la madre, muy preocupada—. ¿Va a perder sus capacidades?
     —Lo siento, pero cabe esa posibilidad... Aunque la cirugía no ha sido invasiva, no podemos descartar que alguna de sus aptitudes se vea disminuida...
     —Disminuida... —repitió ella—. ¿Y en qué grado?
     —Eso el tiempo lo dirá...
     —El ajedrez es su pasión... —expuso el padre—. ¿Esto le influirá?
     —Quiero ser sincero con ustedes... —manifestó el doctor—. Puede que siga jugando parecido a como lo hacía hasta ahora, o puede que no recuerde ni las reglas del juego.
     —¡Dios mío! —exclamó la madre al mismo tiempo que algunas lágrimas se empeñaban en asomar por sus ojos.
     Su marido la arropó abrazándola por el hombro, y un manto silente cubrió la pequeña sala de espera, pues el galeno sabía de las dotes que tenía el pequeño para el ajedrez. Sin embargo, su obligación era decirles la verdad.
     Después de visitar a su hijo en la UCI, rodeado de máquinas y tubos, sus padres no tuvieron más remedio que abandonar el hospital. No podían permanecer allí. Les advirtieron que el niño estaría sedado unas cuarenta y ocho horas.
     Justo en el pasillo de salida se toparon con Santiago e Ismael, que acudían al centro médico para interesarse por el resultado de la operación. Cuando éstos fueron informados por los padres de que tal vez Eduardo no quedase bien del todo, se mostraron muy compungidos. Se miraron entre sí como quien guarda un secreto que está deseando revelar.
     —¿Qué ocurre? —preguntó el padre, que se dio cuenta de su complicidad.
     —¿Podemos invitarles a tomar un café? —inquirió Santiago—. Hay una cafetería aquí al lado...
     Los progenitores de Eduardo no opusieron objeciones.
     —Una vez acomodados, los entrenadores del niño volvieron a mirarse, y entonces Ismael se explayó:
     —Su hijo es extraordinario. No es sólo porque juegue bien al ajedrez... La cosa va más allá... Verán... La posición en la que Edu ganó la partida final en el Campeonato Provincial, por abandono del contrincante, resulta que es exactamente la misma que la que jugó Harry Potter en la película... Lo hemos comprobado...
     —¿Y eso qué significa? ¿Qué película? —preguntó el padre, que no alcanzaba a comprender el alcance de sus palabras.
     —¿No se dan cuenta? —prorrumpió Santiago—. Repetir esa posición al azar es prácticamente imposible... Hemos analizado concienzudamente la partida, y hemos llegado a la conclusión de que Edu maniobró, no sabemos cómo, para llegar justo a ese final.
     —Lo cual, dicho sea de paso —apostilló Ismael—, es también asombroso...
     Los padres del pequeño escucharon atentos sus palabras, pero no demostraron demasiado entusiasmo por esta "revelación". No entendían muy bien la importancia trascendental de lo que les estaban contando y, además, tenían preocupaciones mucho más graves.
     —Cuando se recupere —les informó el padre—, no sabemos si quiera si podrá seguir jugando al ajedrez...
     —¿Por qué? —preguntó Ismael—. No comprendo...
     Tras una pausa en la que tuvo que ahogar sus sentimientos, les espetó:
     —Puede que no quede bien del todo...
     Los entrenadores del niño enseguida comprendieron lo que quería decir.
     Santiago, que sentía mucho afecto por el niño, se armó de voluntariedad en un propósito firme y trató de animarles haciéndoles una promesa:
     —Edu es fuerte. Seguro que estará perfectamente... En cualquier caso, pase lo que pase, seguiremos con sus entrenamientos... Cuando tienes el gusanillo del ajedrez, no se te va nunca. Él querrá seguir jugando...
     —Él no hablaba de "gusanillo"... —aclaró la madre, que aún tenía los ojos vidriosos—. Hablaba de un "fuego interior". Decía que era como un "duende"...
     —El "gorrión"... —apuntilló Ismael.
     —¿Cómo sabe usted eso? —interrogó la madre.
     —Se lo dije yo... —confesó su marido.
     —En todo caso —continuó Santiago— avivaremos ese "fuego interior"...

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