Miguel Ángel García » Chico curva 2
Miguel Ángel García
El chico de la curva
 
Miguel A. García
El chico de la curva
 
Capítulo 2
 
     En medio del terciopelo negro de la desapacible noche, le parecía que, fuera de su espacio vital, el tiempo se había detenido. Nada parecía existir más allá de la penumbra que la envolvía. Sólo en el entorno de la luz amarillenta que emitía su vehículo se sentía algo segura. Los segundos se le hacían eternos.
     Pronto le invadió cierta angustia. De repente, se sintió como muy sola, como si el mundo civilizado que ella había conocido hubiera desaparecido, o como si estuviera tan lejos que era ya inalcanzable. Temblando de escalofríos, tuvo la extraña sensación de estar aislada en un atezado espacio infinito.
     Cuando quiso darse cuenta, estaba acurrucada dentro del coche, arropándose con todo lo que tenía, con el rostro pegado al cristal de su ventanilla, escrutando el vacío con la esperanza de ver asomar a lo lejos alguna luminaria. Ni siquiera recordaba haber entrado.
     El tiempo iba pasando con una lentitud exasperante. Puso en marcha el motor para calentarse un poco, pero parecía que todo se conjuraba en su contra: a los pocos minutos la máquina falló, y el poco remanente de calor que aún quedaba en el interior del automóvil se fue disipando rápidamente. Al cabo de casi tres cuartos de hora se encontraba totalmente aterida, y se dio cuenta de que sus dientes habían empezado a castañear hacía ya algún tiempo, mientras movía involuntariamente las piernas.
     De súbito, una acumulación de nieve de una rama se desprendió de un árbol cercano, con la mala fortuna de caer justo encima del parabrisas del coche, haciendo un gran ruido que la sobresaltó. Ana, sin poderlo evitar, dio un gran grito, mientras su cuerpo, en un brusco movimiento reflejo, se retrajo hacia atrás todo lo que el asiento le permitió.
     Este susto repentino fue demasiado para Ana, y algunas lágrimas comenzaron a resbalar por sus mejillas. Estaba asustada.
     Recobrado el resuello, comenzó a suplicar, compungida, en voz alta:
     —Por favor, por favor... Dios mío... Que pase alguien... Que pase alguien...
     Quizás sus oraciones fueron atendidas, porque no pasó mucho rato sin que divisara a lo lejos, en la misma dirección por la que ella había venido antes en su viaje, una luminosidad imprecisa que parecía que iba aumentando de tamaño, como si se acercara. En un acto casi instintivo, salió rápidamente del coche, sintiendo en el acto en su cara las frías ráfagas de la ventisca de nieve.
     Entornando los ojos, y poniendo su mano derecha de visera, siguió mirando mientras notaba cómo se aceleraban los latidos de su corazón.
     Aquella confusa luz cada vez era más potente, pero no podía ver nada más allá de ella, pues la estaba deslumbrando. Aún así, se fue dando cuenta de que aquel resplandor se estaba convirtiendo poco a poco  en tres focos, aunque no todos al mismo nivel, ya que uno estaba más bajo que los otros dos, en una configuración que le resultó extraña.
      Desde el mismo arcén, llena de ansiedad, se dispuso a levantar la mano que hacía las veces de anteojera, pero algo la inquietó, dejándola perpleja. Le dio la impresión de que aquellas luces venían demasiado altas para ser de un vehículo, sobre todo las dos de arriba. Desorientada, por un instante le vino a la cabeza la descabellada idea de que se tratase de un "platillo volante".
     «Un "OVNI"... No puede ser...», pensó, confusa. «Tiene que haber otra explicación...».
     Por unos momentos se convenció a sí misma de que aquello no podía estar pasando, pero, de repente, le entró miedo. Sopesó ir corriendo a refugiarse en su coche, pero, finalmente, al ver las luces tan cerca traspasando la cortina de nieve, tuvo los arrestos suficientes para mover frenéticamente la mano haciendo señales, con la intención de llamar la atención de cualquiera que se estuviese acercando.

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