Miguel Ángel García » Chico curva 1
Miguel Ángel García
El chico de la curva
 
Miguel A. García
El chico de la curva
 
Capítulo 1
 
     De todos es conocido el suceso del conductor que, conduciendo en una noche oscura y lluviosa, y queriendo llegar a casa lo antes posible, recorre una solitaria carretera local, estrecha y de poca visibilidad, a cierta velocidad, cuando, de repente, se topa, poco antes de llegar a una curva potencialmente peligrosa, con una extraña mujer, generalmente joven, que le hace señas con la mano para que aminore la marcha.
     Es en esto en lo que estaba pensando precisamente Ana, con ironía, paseando nerviosamente arriba y abajo, bajo el aguanieve, en las cercanías de su coche, atascado sin remedio en la cuneta. Aunque no iba muy fuerte, el asfalto estaba muy resbaladizo por la cellisca que estaba cayendo, y, en un cambio de rasante casi imperceptible, derrapó, teniendo la mala suerte de salirse de la calzada, yendo a parar a una pequeña y alargada hondonada, que se le antojó realmente excesiva como canal para drenar el agua de las lluvias. No era una novata como conductora, así que manejó el volante con energía, pero no fue suficiente.
     Sacar el coche hubiera resultado complicado, pero es que, además, el motor no iba muy bien. Los bajos habían rozado con algún pedrusco respetable, haciendo un ruido que presagiaba que algo malo podría haberle ocurrido al vehículo. Y, por desgracia, los pronósticos se cumplieron. El motor renqueaba, y parecía que tendía a ahogarse, a pesar de los desesperados intentos de la joven conductora para ponerlo a punto.
     Ella calculaba que el pueblo más cercano no estaría más allá de unos quince o veinte kilómetros. Si se daba prisa, en unas tres horas podría llegar. Pero quedaba poco para la media noche. Llegaría muy tarde, y, en estos pueblos pequeños montaraces, medio escondidos en las faldas de la serranía, no vería un alma por las calles. Además, caminar en la oscuridad, en medio de este pequeño vendaval, atravesando los recónditos recodos que la carretera hendía en la sierra, le anonadaba y le producía bastante resquemor. La pequeña linterna que tenía en la guantera tampoco le proporcionaba mayor confianza.
     Hacía bastante frío, y sin la calefacción del automóvil, aquél empezó pronto a hacerse notar en su interior. No tenía demasiado combustible, así que procuraba ahorrar gasolina. Abrigándose lo mejor que pudo, como en estos momentos no  había demasiada ventisca, quiso aventurarse a salir a la negrura del camino, mientras pensaba en voz alta:
     —Por qué no pararía aquel coche... Le hice señas con la mano a través de la ventanilla, y luego también con las luces...
     Entonces se dio cuenta de un detalle:
     —¡Vaya! Con los nervios se me ha olvidado poner los intermitentes de emergencia... A lo mejor no me han hecho caso por eso...
     La joven volvió al coche y puso los cuatro intermitentes  a funcionar. Luego volvió a salir al arcén.
     —No pasará algún coche ahora... Por favor, que pase un coche... Y que pase pronto porque me estoy helando...
     Pero, salvo la luminosidad difusa proporcionada por los faros de su auto, la oscuridad se tragaba con inusitada rapidez la carretera. Ningún faro se vislumbraba en la lejanía de la parte recta del camino, por donde ella había venido.
     —Alguien tiene que pasar... Es tarde, pero algún coche tendrá que venir...
     Tras un pequeño rato, las tolvaneras de nieve granulada parecía que hacían amagos de querer arreciar.
     —No sé si es bueno que esté fuera del coche, en la acera... ¿Y si, cuando venga alguien, al verme de esta guisa, en medio de la ventisca, piensa que soy esa misteriosa chica de la curva? A lo mejor por eso no paran...

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