Miguel Ángel García » Tentegorra 14
Miguel Ángel García
El Laberinto de Tentegorra
 
El Laberinto de Tentegorra
Miguel A. García

El Laberinto de Tentegorra
 
Capítulo 14
 
     Héctor, mirando a su concuñado con unos ojos de profunda tristeza, le dijo:
     —Tú sabes que no culpo de nada a Estefanía, ¿verdad? No le he reprochado nunca nada...
     —Lo sé, lo sé... No te tortures... Es ella la que en todo momento se ha sentido culpable. Desde el accidente no ha parado de llorar, y casi ha dejado de comer... Al ir pasando las semanas se ha sentido cada vez más deprimida... Yo también me siento mal por no haber estado más cerca de ella... No he sabido consolarla como debía...
     —Yo no he ido a veros, porque quería estar solo... Quizás ella ha pensado que le guardo rencor. Pero no es así... A lo mejor necesita estar sola, como me pasa a mí, y por eso se ha ido unos días... Puede que necesite aclarar sus ideas...
     —Pero ya son cinco los días que lleva desaparecida... —recordó el inspector López—. Y no se llevó comida ni ha usado las tarjetas...
     —Héctor, por favor, céntrate... —insistió Molina—. El colgante... ¿Dónde lo tenías?
     El interpelado guardó un largo silencio mientras miraba a ambos. Contempló la pequeña joya que ahora descansaba encima de la mesa y añoró lo que tanto había significado para su mujer y para él. No podía comprender cómo podían tenerla ellos. Esto implicaba que lo habían descubierto todo, aunque no podía entender cómo, ya que había actuado con mucha meticulosidad.
     —¿Dónde la habéis encontrado?
     Esta pregunta pilló desprevenido al inspector López, cuyo olfato de detective empezó a activarse.
     —Eso no importa ahora... —le contestó Molina—. ¿Dónde la guardaste? Puede ser importante para saber qué ha pasado con Estefanía...
     Héctor estaba muy confundido. No veía la relación. Cada vez entendía menos lo que estaba pasando. Pero si contando la verdad podía ayudar de alguna forma a encontrar a su cuñada, entonces era hora de sincerarse:
     —Tengo algo que contaros. Debéis perdonarme, pero lo que tuve que hacer no es legal... Por ello actué a escondidas.
     —¿De qué hablas? —inquirió su concuñado.
     —Hablo de Raquel... No está enterrada en el cementerio, como todos creéis...
     —¿Cómo dices? Pero si estuvimos todos en el sepelio...
     —Fue todo un engaño... Como sabéis, Raquel y yo nos conocimos en el Laberinto, cuando ambos estábamos perdidos tratando de encontrar la salida al mirador... Nos enamoramos y, a lo largo del tiempo, volvimos a Tentegorra muchas veces, donde fuimos muy felices... A Raquel le encantaba... Jugábamos a perdernos y yo tenía que rescatarla... Ella... Un día ella me hizo prometer que cuando se muriese llevara sus cenizas y las enterrara debajo de la pasarela donde nos dimos el primer beso... En ese momento, yo consideré esa petición un poco en broma, aunque ella me obligó a prometerlo... Nunca pensé que se haría realidad, y menos tan pronto...
     Aquí Héctor se emocionó y no pudo por menos que ponerse a llorar.
     Sus dos acompañantes respetaron este momento, y esperaron a que se recuperara para que rematara su historia, aunque ya imaginaban lo que había hecho.
     Pasado el duelo, aquél siguió contando:
     —Removí Roma con Santiago para que la funeraria consintiera. Al final les convencí para realizar la falsa inhumación, aduciendo razones sentimentales, y enterré las cenizas de su incineración bajo el puente del parque, tal como ella quería. Metí también este colgante en el tarro, porque le gustaba mucho. Se lo regalé en su primer cumpleaños después de conocernos...
     Haciendo un amago de sonrisa, siguió contando:
     —A punto estuve de meter también el DVD de "Enredados"... Le encantaba la película de la princesa Ranpunzel...
     —Pero, ¿se puede saber por qué no nos dijiste nada? —le preguntó Molina—. En una cosa así, te hubiéramos apoyado, aunque no fuese legal enterrar cenizas en el parque.
     —Además —añadió el inspector López—, si Raquel quería ser incinerada, ¿por qué el falso entierro?
     —El problema era su hermana —explicó Héctor—. Estefanía es más religiosa, y no quiere oír hablar de incineración. Este plan lo urdió más bien Raquel, para no hacer daño a su hermana. Hablamos un poco a lo tonto de un falso entierro, pero yo sé que ella lo decía en serio... Nunca supuse...
     —Sé lo que se querían —confirmó Molina—. Y lo que se compenetraban. No en vano eran gemelas... Por eso Estefanía no ha podido aún superarlo.
     —Pero, decidme... ¿Cómo habéis encontrado el tarro de bronce? No me lo explico... Tuve mucho cuidado para que nadie me viera... ¿Y en qué ayuda esto para encontrar a Estefanía?
     Ambos inspectores se miraron. Ahora quienes tenían que dar explicaciones eran ellos. Y no eran fáciles...
     —Alguien sí te vio...

 
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