Miguel Ángel García » Tentegorra 13
Miguel Ángel García
El Laberinto de Tentegorra
 
El Laberinto de Tentegorra
Miguel A. García

El Laberinto de Tentegorra
 
Capítulo 13
 
     Héctor se sorprendió cuando, al abrir la puerta, se encontró con su concuñado Molina, al que todos llamaban por su apellido, y a su compañero, el inspector López. Éstos le encontraron bastante desaliñado y con la casa algo patas arriba.
     Después de los correspondientes saludos, Molina, con el que guardaba una estrecha amistad, le comentó en un tono cariñoso:
     —Tienes la cocina hecha un asco...
     López añadió:
     —Y no contestas a las llamadas...
     —Como comprenderéis —se disculpó él—, no me apetece hablar con nadie...
     —¿Ni siquiera con nosotros?
     —Perdonadme, pero ahora mismo no estoy para nadie...
     —Lo entendemos —asintió su concuñado—, pero ha ocurrido algo... Hace cinco días que Estefanía ha desaparecido...
     —¿Qué? ¿Cómo dices?
     —¿Es que no ves las noticias? —le reprochó López.
     Era evidente que no.
     —¿Cómo que ha desaparecido? ¿Qué ha ocurrido?
     Molina se dispuso a contarle lo poco que se sabía:
     —El sábado, cuando regresé a casa por la noche, después del trabajo, no estaba. Y no ha vuelto a dar señales de vida. Se llevó el bolso, pero no el móvil.
     Héctor se sentó mecánicamente en el sofá. Le estaba costando asimilar lo que oía. Luego dijo:
     —Sé que estaba algo deprimida, ¿no? Se culpa por la muerte de su hermana... Tal vez haya querido ausentarse unos días...
     —Es cierto que estaba algo deprimida —corroboró su concuñado—. Desde que murió Raquel, no ha sido la misma... Ninguno de nosotros ha vuelto a ser el mismo... Desde luego no hay más que mirar en qué estado te encuentras tú...
     —Ella era mi vida...
     —Y Estefanía es también la mía...
     —¿Se llevó el coche? ¿Habéis mirado en los lugares donde podría haber ido? ¿Tenía algún sitio especial?
     —El coche sigue en el garaje... No sabemos si se ha ido por voluntad propia o se la han llevado... No tenemos muchas pistas... Pero... Hay algo más... Vamos a enseñarte algo para ver si puedes identificarlo...
     —¿El qué...?
     El inspector López sacó entonces una pequeña bolsa de un bolsillo y extrajo un colgante en forma de lágrima.
     Cuando Héctor vio la joya, abrió los ojos como platos y su rostro se tornó pálido. Su respiración se hizo dificultosa, hasta el punto de que sus acompañantes temieron que sufriera un desmayo.
     —Tranquilízate, Héctor...
     —Entonces lo reconoces... —quiso confirmar el inspector López a pesar del estado alterado de aquél—. Es de tu mujer, ¿verdad?
     El aludido asintió lentamente con gestos afirmativos de la cabeza.
     —¿Dónde estaba? —preguntó Molina—. ¿Dónde lo tenías? Es importante...
     Parecía que su amigo estaba demasiado afectado para poder articular palabra alguna.
     Entonces aquél se agachó y tocándole afectuosamente el hombro, le preguntó:
     —Héctor, ¿qué ocurre? ¿Qué pasa? Soy yo... Puedes confiar en nosotros...

 
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