Miguel Ángel García » Tentegorra 12
Miguel Ángel García
El Laberinto de Tentegorra
 
El Laberinto de Tentegorra
Miguel A. García

El Laberinto de Tentegorra
 
Capítulo 12
 
     Han pasado un par de días. La policía conminó a Andrés a permanecer en la ciudad hasta que no hicieran más averiguaciones sobre la extraña vasija encontrada donde él suponía que estaba el cuerpo de la mujer desaparecida.
     En el lugar de enterramiento no apareció ninguna pista reseñable, salvo unas huellas de pisadas no concluyentes, las cuales no parecían coincidir con las del que empezaron a llamar el "visionario".
     No obstante, de una manera inopinada, el caso se complicó sobremanera cuando llegaron los resultados forenses. Entre las cenizas había minúsculos rastros de huesos y, milagrosamente, se consiguió un resultado de ADN: las cenizas correspondían a restos de un cuerpo humano y su genoma era compatible con los de la mujer que había desaparecido. Dentro del recipiente también se encontró un pequeño colgante en forma de lágrima.
     Ahora Andrés era claramente el sospechoso número uno, y no tardó en ser detenido, pero la cosa no estaba clara en absoluto.
     Cuando los compañeros de trabajo de Andrés fueron interrogados sobre el comportamiento de éste en los últimos días, quedaron alucinados cuando les dijeron que estaba detenido. Y cuando se enteraron del motivo, no salían de su asombro.    Todos coincidían en que era una buena persona, de vida sencilla, a pesar de que alardeaba de ser muy independiente. También confirmaron todas las coartadas que aquél había contado a la policía.
     Lo único extraño que reseñaron fue su inesperada marcha el día que estaban comiendo todos juntos, sin que hubiese un motivo aparente. No estaban seguros, pero les pareció que la noticia dada en los informativos sobre una mujer desaparecida, le había afectado bastante. Llegaron a pensar que tal vez la conocía.
     Nada de lo que rodeaba a este sujeto tenía sentido en la investigación policial. Su "geolocalización" a través de su móvil lo situaba siempre en Ciudad Real, salvo cuando vino a Murcia, y sus coartadas eran bastante sólidas.
     No era posible que este hombre hubiera realizado un viaje tan largo hasta Cartagena para perpetrar un asalto a una mujer cualquiera. Y luego quemar su cuerpo para decirles luego dónde estaban sus cenizas. No tenía ningún sentido. A no ser...
     —A no ser que sea realmente un trastornado —comentó el inspector López en la reunión que estaba manteniendo con sus compañeros—. Esos llevan una vida totalmente normal... Pero, en todo caso, es evidente que ha necesitado ayuda...
     No, el inspector López no creía que hubiera sido Andrés el autor de los hechos, al menos no él solo.
     —Entonces, ¿cree que hay dos personas involucradas? —preguntó un agente.
     —No se me ocurre otra explicación... Este hombre sabía que las cenizas estaban allí, y yo no creo en pamplinas esotéricas.
     —Pero, ¿cómo han conseguido quemar el cuerpo a este nivel? —inquirió otro compañero—. Eso solamente se puede hacer en los crematorios...
     —Eso es lo que vamos a tratar de averiguar ahora... Vamos a investigar en todas las funerarias que tengan incinerador.
     —Pero, si se trata de dos asesinos, ¿para qué montar toda esta escenografía? ¿Para qué tomarse tantas molestias?
     —Ya sabemos que hay gente muy loca por ahí... —se lamentó el inspector López —. Pero hay que reconocer que este tal Andrés es un actor de primera... Por cierto, Molina, sé que debes estar tremendamente afectado, pero te veo muy callado...
     En efecto, el inspector Molina, marido de Estefanía, la mujer desaparecida, se quedó muy impactado desde que se conocieron los resultados de las pruebas de ADN. No podía creerlo. Ensimismado, seguía sin decir nada.
     —¿Estás bien? —insistió su compañero—. Tal vez deberías haberte apartado totalmente del caso...
     Por fin, el interpelado les dijo:
     —No es eso... En todo esto hay algo que no encaja... Nada tiene sentido... Veréis... Hasta hoy no me había percatado, pero he estado examinando con atención el colgante que había dentro de la vasija, y creo que se lo regaló Héctor a su mujer...
     —¿Tu concuñado? ¿A la hermana de Estefanía? ¿Seguro?
     —Eso creo...
     —Pero, ¿cómo es posible? No entiendo nada de nada...
     —Yo tampoco...
     —Tendríamos que hablar con Héctor, para que identifique el colgante, y para ver qué puede decirnos..., aunque todavía estará con la pesadumbre encima... No hace ni un mes que enterramos a su mujer... Desde el accidente, parece que pesa una maldición sobre ambas hermanas. Primero muere Raquel, y ahora pasa esto con Estefanía...
     El inspector Molina no contestó. No tenía las respuestas.
     —En todo caso —continuó diciendo el primero—, debemos actuar lo más rápido posible... A Andrés no podemos retenerle mucho más, y no tenemos nada... Sabe más de lo que aparenta. Recuerdo que nos dijo que la mujer que vio en su "sueño" aquí hizo comillas con los dedos llevaba un colgante de lágrima. En el interrogatorio no le hice caso, pero ahora la cosa cambia...
     —Me pregunto por qué este hombre nos habrá contado un relato así —comentó uno de los agentes presentes en la reunión—. Sabía que nadie le iba a creer... Y que se inculparía a sí mismo... No será de alguna secta...
     —Parece que no, pero repito que hay gente muy trastornada... —sentenció López.
     —Pero si acabó con mi mujer —expuso el inspector Molina—, ¿por qué molestarse en incinerar su cadáver? ¿Y por qué decirnos dónde escondió las cenizas? ¿Y cómo consiguió el colgante de Raquel?
     —Llama a Héctor... Tenemos que saber dónde estaba el colgante... A ver qué nos dice...

 
Ir al capítulo siguiente
Retrocede a la pág. anterior
Enlaces Institucionales
Portal de educación Directorio de Centros Recursos Educativos Calendario InfoEduc@
Reconocimientos
Certificacion CoDice TIC Nivel 3