Miguel Ángel García » Tentegorra 10
Miguel Ángel García
El Laberinto de Tentegorra
 
El Laberinto de Tentegorra
Miguel A. García

El Laberinto de Tentegorra
 
Capítulo 10
 
     Sentado en una silla rígida, Andrés se encontraba algo tenso. El cuarto donde estaba era más bien pequeño, y sólo contenía una mesa sencilla, sin cajones, anclada al suelo, construida con un material indeterminado para él. Las paredes estaban pintadas de un gris claro, y un gran cristal hacía las veces de ventana enfrente de él. Los motivos de adorno, desde luego, brillaban por su ausencia.
     Mientras esperaba, se estuvo preguntando qué rayos estaba haciendo allí. Quizás se había precipitado. Al fin y al cabo, todo aquello era bastante absurdo.
     —Hola... —dijo el hombre que acababa de entrar por la puerta entreabierta, vestido de paisano, cuarentón, y que se sentó en la silla vacía que estaba al otro lado de la mesa.
     —Soy el inspector López... Y usted es el señor Andrés, ¿no es así?
     —Sí señor —contestó el interpelado.
     —Me han dicho los compañeros que usted tiene información sobre la mujer que ha desaparecido aquí, en Murcia...
    Andrés tardó en decir algo. La boca se le estaba quedando reseca. «Me van a tomar por un chiflado...», pensó. Por fin, pudo balbucear:
     —Sí..., puede que sí... Realmente, no lo sé...
     —Sí o no... ¿Qué tiene que contar usted? Cualquier pista nos vendrá bien... Diga lo que sea...
     Entonces Andrés, queriendo ya quitarse esa ansiedad de encima, lo soltó de repente:
     —Creo que sé dónde está enterrada esa mujer...
     El policía se quedó hierático, mirando fijamente a quien tenía delante. No salía de su asombro, sorprendido, ante lo que estaba oyendo. Hubiera esperado cualquier otra confidencia, pero esta confesión, desde luego, no. O este hombre era un chalado o se estaba claramente "autoinculpando". Pronto se rehízo y comenzó su interrogatorio, con la calma que da la experiencia:
     —Entonces, ¿es que la mujer está muerta?
     —Bueno... Yo... Creo..., creo que sí...
     —¿Es que no está usted seguro?
     Andrés titubeaba continuamente:
     —No estoy seguro del todo... Es posible... No lo sé...
     —Está bien, cálmese... Pero, por favor, dígame. ¿Dónde está... enterrada..., y cómo lo sabe usted?
     —En el laberinto que está en Tentegorra... Está... debajo de una especie de puente que hay allí...
     El inspector seguía estupefacto. No era normal que alguien, así, por las buenas, diera unos datos tan precisos, a no ser... Disimulando su estupor, le preguntó:
     —¿Y cómo sabe usted que está enterrada ahí? ¿Vio quién enterró el cuerpo mientras visitaba el lugar?
     —No, no señor... Yo no he estado nunca en ese parque... De hecho, es la primera vez que visito Murcia.
     El desconcierto del policía iba en aumento.
     —Pero, ¿entonces...?
     Se hizo un silencio incómodo. Por fin Andrés se decidió a hablar:
     —Pensará que estoy loco, pero... Verá... Vi cómo la enterraban... en una especie de sueño que tuve la noche del sábado...
     Las expectativas del inspector se vinieron abajo. Sí, definitivamente se trataba de un chalado. Estuvo sopesando si echarlo a la calle a patadas o meterlo en el calabozo más profundo de la comisaría y perder luego la llave.
     Andrés pareció adivinar sus intenciones, así que, dejando atrás su miedo al ridículo, trató de aclarar el embrollo que tenía encima lo mejor que pudo:
     —Permítame que me explique... El domingo salió en la televisión un reportaje sobre turismo en Murcia, y reconocí perfectamente el Laberinto de Tentegorra porque había soñado con ese lugar la noche anterior. En mi sueño, vi a alguien enterrar algo con una pequeña pala, bajo ese puente elevado, y luego trató de borrar sus huellas... Cuando ese hombre se marchó, vi a una mujer, como si fuera una aparición... Me dio la impresión de que quiso decirme algo, pero yo estaba muy asustado y ahí me desperté...
     El policía decidió tener paciencia.
     —Ayer vi en la televisión la cara de la mujer desaparecida, y estoy seguro que es la misma que se me apareció a mí en el sueño...
     En la pequeña habitación se hizo un mutismo tan espeso que golpeaba los tímpanos.
     El oficial no terminaba de digerir lo que estaba oyendo. Finalmente reaccionó, y le preguntó:
     —Dígame... En su... visión, ¿cómo iba vestida la mujer?
     —Llevaba puesto una especie de camisón blanco...
     —¿Algún detalle más?
     A Andrés no se le ocurría nada, hasta que le vino a la mente un pormenor que hasta ese momento no había tenido en cuenta:
     —Creo que llevaba algo en el cuello, una especie de colgante, como una lágrima grande...
     El policía estuvo a punto de perder su temple. Sabían que la mujer desaparecida no llevaba ningún colgante por problemas de alergia. No obstante, quiso rematar un cabo suelto:
     —Y dígame, ¿podría reconocer al personaje que vio en su sueño, al hombre de la pala?
     —Sí, creo que sí... Llevaba impermeable y capucha, pero pude verle la cara porque pasó a mi lado, aunque pareció no verme...
     El inspector tuvo un pronto. Abrió un sencillo portafolios de cartón y, rebuscando, le mostró una foto, de un tamaño de medio folio:
     —¿Se parecía a este hombre?
     Andrés arrimó la foto hacia sí, y sin dudar un instante, le contestó:
     —No, no es él... No se parece en nada...
     De una manera inopinada, el inspector sintió cierto alivio. La foto que le había mostrado era la del marido de la mujer desaparecida, compañero de trabajo en la propia comisaría. Conocían a Estefanía, y para ellos era impensable que su colega pudiera haber hecho tal barbaridad. De todas formas, si este hombre era un chalado, lo que dijera no significaba nada.
     Pasaron unos segundos, cada cual sumido en sus pensamientos.
     —Discúlpeme un momento... —rogó el agente.
     El comisario López pasó a la sala contigua y preguntó a los compañeros que estaban al otro lado del espejo:
     —¿Qué os parece?
     —No parece el típico chiflado... En su historial no hay nada fuera de lo normal. Y ha hecho muchos kilómetros desde su lugar de residencia para contarnos esto...
     —¿Entonces...?
     —No tenemos pistas... Salgamos de dudas... Ese sitio que nos dice está aquí, al lado. Vayamos y hagamos una comprobación... Nunca se sabe...
     —¿De verdad queréis ir? Pero, ¿vosotros creéis en esas cosas?
     —Para nada... Pero si encontramos algo, este hombre tendrá mucho que explicar...

 
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