Miguel Ángel García » Tentegorra 8
Miguel Ángel García
El Laberinto de Tentegorra
 
El Laberinto de Tentegorra
Miguel A. García

El Laberinto de Tentegorra
 
Capítulo 8
 
     Ya en casa, tecleó ávidamente el portátil y, confundiéndose, introdujo en el buscador de Google el término "tentegorda". La inteligencia artificial no entró al trapo, y le corrigió con la frase: "Resultados de tentegorra", pero Andrés ni se dio cuenta del tirón de orejas. Enseguida encontró varias entradas que informaban sobre el Parque de Tentegorra, y se puso a leer casi con ansia.
     «Mi torreón...», pensó. «Pero cómo es posible que haya soñado con esto... Yo nunca he estado ahí... No sabía ni que existía...».
     Se acordó entonces del enigmático personaje de su pesadilla, bajo el puente que no iba a ninguna parte, pala en mano, tan sombrío que aún le daban escalofríos. Y de la difusa aparición de aquella mujer, mirándole directamente, junto con el perro, como queriendo comunicarse... «Un fantasma dentro de un sueño... Tiene gracia...».
     Pero lo que su mundo onírico había creado era real, estaba allí... Lo recordaba todo muy oscuro, pero a pesar de ello reconocía perfectamente el lugar: el torreón con su estrambótica escalera exterior, la hierática gárgola de ojos inquietantes, la pasarela ingrávida... Había estado perdido en ese extraño laberinto. Estaba muy confuso.
     Tecleó entonces "Ranpunzel película", y se enteró que era la protagonista de un filme de animación en 3D.
     Aunque sabía que no era muy ético, entró en una página de descargas, y, mientras se bajaba la película, se fue a la cocina y preparó algo de comer con las sobras del día anterior. Cuando puso la bandeja junto a su ordenador, en la mesa baja del salón, "Enredados" ya se había descargado.
     Comió despacio, como queriendo alargar este momento de relajamiento, intentando recrearse con este cuento para niños. La película le pareció entretenida. «La niña tenía razón... — pensó—, mi torre se parece más bien poco a la de la princesa...».
     Terminado el frugal condumio, reajustó el portátil a su gusto, y se recostó en el mismo sofá en el que había estado sentado para comer, con la intención de terminar de ver los dibujos animados. Pero no llegó a ver el final, porque acabó entregándose al dulce sopor de la siesta.
 
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