Miguel Ángel García » Tentegorra 7
Miguel Ángel García
El Laberinto de Tentegorra
 
El Laberinto de Tentegorra
Miguel A. García

El Laberinto de Tentegorra
 
Capítulo 7
 
     Las imágenes del documental sobre viajes se recrearon entonces en el entorno de la atalaya, mientras una voz en off describía el lugar, narrando sus bondades para que la gente visitase el lugar.
     Nuestro atribulado hombre, en el bullicio del bar, apenas podía oír nada, así que, muy lentamente, y casi sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, se levantó y se fue acercando al aparato de televisión, que estaba colgado en un rincón. No le quitaba ojo al conjunto vegetal que rodeaba la construcción: un marasmo de arbustos en el que se adivinaba un cierto orden.
     Cuando la cámara del dron se fue elevando, pudo darse cuenta de que se trataba de una serie de setos, todos curvilíneos, formando incluso casi circunferencias, dejando paso a una serie de caminos entreverados de tierra algo rojiza. Vio a gente paseando tranquilamente por allí, caminando en todas direcciones, riéndose; parecía que se divertían.
     Cuando la cámara se elevó un poco más, se percató de golpe del sentido de aquellos arbustos primorosamente recortados: parecía que se trataba de un laberinto... «Es un laberinto hecho de setos...».
     Cuando la altura de la cámara dejó ver prácticamente toda la extensión de este dédalo turístico, Andrés no pudo evitar abrir aún más los ojos mientras dejó momentáneamente de respirar: allí apareció, medio oculto entre aquellos cipreses recortados, el puente que, en su sueño, levitaba ingrávido, una pasarela perdida en la floresta que se le antojó absurda, ya que, incluso en la realidad que veía, era evidente que no conducía a ninguna parte. No pudo evitar estremecerse al recordar el espectro que vio en su pesadilla.
     Ahora podía escuchar ya con claridad lo que el reportaje estaba contando. Pero fue demasiado tarde. El programa estaba ya concluyendo. A duras penas pudo advertir la última frase: «...no dejen de visitar el Parque de Tentegorra, este rincón mágico en el entorno de Cartagena». Andrés repitió para sí mismo, desasosegado: «Cartagena... El Parque de Tente... qué... Yo nunca he estado en Murcia».
     Los niños se percataron de la extraña conducta de Andrés y el más pequeño, sin que su hermana pudiera evitarlo, fue corriendo hacia él, y le preguntó a grandes voces:
     —¿De veras no sabes quién es la princesa Ranpunzel?
     El adulto se sorprendió al ver al crío a su lado haciéndole esa pregunta directa, y sonrió con cara de circunstancias.
     —No le haga mucho caso, señor... —le dijo su hermana mayor, que se había acercado rápidamente—. Es que hemos visto la película hace poco...
     —Ah... —asintió Andrés, que no se estaba enterando de nada.
     Ambos infantes se marcharon tan pronto como habían venido, dejando a aquél en un mar de confusiones.
     Se dirigió entonces a la barra, para pagar su consumición, pero al caminar al lado de los niños, que seguían revoloteando alrededor de la mesa de sus padres, les salió al paso, y les preguntó:
     —¿Y la película se grabó en ese sitio que ha salido en la tele?
     Le contestó la niña, muy extrañada por su pregunta:
     —¡Qué va! Es una película de dibujos...
     Andrés se acercó al mostrador y pagó su café.
     De repente se percató de que hacía ya rato que no se había acordado para nada de su malestar físico, exactamente desde que alzó la vista hacia el televisor.
     Salió del establecimiento para dirigirse a su casa, y el aire fresco que le golpeó en el rostro le asentó bien. No se acordaba para nada del sudoku a medio hacer. Se paró en seco unos instantes, mientras pensaba: «¿Qué película...?».
     Oyó unos ruidos característicos provenientes de su estómago, y le pareció oler la ración de tortilla que había tenido intención de pedir.
     Ni por un momento pensó en volver.
     Sólo quería conectarse a Internet.
 
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