Miguel Ángel García » Tentegorra 3
Miguel Ángel García
El Laberinto de Tentegorra
 
El Laberinto de Tentegorra
Miguel A. García

El Laberinto de Tentegorra
 
Capítulo 3
 
     Evocando su mundo onírico, se vio a sí mismo caminando en la oscuridad por un sendero elevado, que bordeaba a media ladera una gran sierra, con alguna gente pululando en la distancia. Debía de tener cuidado, pues, bajo la trocha, la pendiente daba miedo. El valle era amplio, pero muy profundo, y, en la penumbra, se adivinaba agua en el fondo, no sabría decir si de un río o de un lago. Le angustiaba no llevar ninguna linterna...
     Sin saber cómo, se encontró después vagando entre las callejuelas de unas desvencijadas casas, con suelo de tierra, con niños correteando alegremente bajo la pálida luz amarillenta que salía de ellas... Empero, una de las crías pequeñas gritaba a los demás: «Mi hermana, no encuentro a mi hermana...». Pero enseguida era absorbida en la vorágine de los juegos...
     Al cabo de un momento, se encontró en medio de un bosque de arbustos, caminando como perdido por una senda no muy ancha, en medio de la opacidad de la noche. Solamente la Luna, casi llena, proporcionaba una débil iluminación en su torpe caminar.
     El alcorce se tornó curvo y lo fue siguiendo durante largo rato. En su delirio, se percataba de que la comba era cada vez mayor, hasta que se cerró sobre sí misma, englobándole como un insecto que cae en una trampa.

     Al verse encerrado en medio de los densos arbustos, sintió una gran angustia, hasta que descubrió, en medio de la bruna floresta, una apertura, una salvación. Con un impulso decidido, se encaminó con rápidos pasos hacia esa salida, entrando en una vereda cuya encorvadura, para su tranquilidad, parecía que se iba ampliando.
     Se encontró con un tramo que parecía recto, pero, para su infortunio, pronto se dio cuenta de que su sinuosidad iba en aumento. «No, no...», gritó en su zozobra...  «¿Por qué no habré traído la linterna?».

     Volvió unos pasos hacia atrás, y vio otra abertura entre los matorrales; era estrecha, pero franqueable. Sin pensarlo dos veces, se introdujo en medio de los matojos y se halló en mitad de otro pasillo. Parecía un poco más estrecho, y no le ofrecía demasiada confianza.

     Hasta entonces no se había dado cuenta de que estaba pisando un suelo apelmazado de tierra batida, algo arcilloso. Curiosamente, le atribulaba la idea de estar manchándose los zapatos con el polvo del suelo. No le gustaba nada limpiar los zapatos; era muy perezoso a la hora de darles betún...
     Miró en derredor. Estaba absolutamente perdido.
     En la penumbra, bajo una Luna que le parecía demasiado grande, solamente veía pasadizos irregulares en medio de arbustos y más arbustos.
     Se percató entonces de un detalle que en esos momentos se le antojó intrigante: toda la vegetación estaba exactamente a la misma altura; hasta donde alcanzaba a ver, que no era mucho, ningún arbusto era más alto que otro. ¿Cómo podía ser?
     En su sueño, él quería salir, pero ¿por dónde ir? Un camino podía dar entrada a otra senda, y esta se retorcía hasta acabar en más arriates que no iban a ninguna parte.
     No obstante, había algo en el ambiente que le atraía. Sentía como si una fuerza le retuviera, hablándole en susurros, y las etéreas palabras le decían que, por alguna razón que no comprendía, él debía estar allí.
     No sabía por qué, pero tenía la extraña sensación de que no estaba en aquel lugar por casualidad, que, de alguna manera, algún magnetismo misterioso le había llevado hasta allí.
 
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