Miguel Ángel García » Tentegorra 1
Miguel Ángel García
El Laberinto de Tentegorra
 
El Laberinto de Tentegorra
Miguel A. García

El Laberinto de Tentegorra
 
Capítulo 1
 
     Esta noche sabatina de noviembre le había resultado muy penosa. Andrés había dormido poco y mal, y buena prueba de ello era el revoltijo que formaban las sábanas y la manta cuando, al asomar el primer rayo de Sol por la ventana de su dormitorio, intentó taparse, entrando de nuevo en una especie de sopor soñoliento.
     La velada la había pasado cenando en su propia casa, en compañía de unos amigos, y, claro, ya se sabe, no se escatimó en vino, alguna cerveza y unos cuantos chupitos de lo que solían llamar "mostosí", una bebida muy dulce casera hecha de mosto de uvas blancas recién exprimidas y otra parte equivalente de aguardiente. Claro que él no veía problema en brindar una y otra vez: no tenía que conducir...
     De todas formas, también había fumado demasiado, y todo ello le dejó a la postre con un "mal cuerpo". Al acostarse, cerca de las tres y media de la madrugada, Andrés se sentía muy lleno y casi indispuesto; estaba al límite de querer imitar los vicios romanos e incrustarse una pluma en la garganta para aliviarse. Pero no tenía plumas a mano...
     Lo había pasado muy bien, pero ahora estaba pagando el precio de los excesos...
    Se recostó boca arriba, y después se puso de lado. Después otra vez boca arriba. No paraba de dar vueltas. No encontraba ninguna postura en la que se sintiese cómodo.
     Se levantó de repente porque sufrió un amago de reflujo esofágico, y ya sabía lo que era aquello. No era la primera vez que lo sufría. "No escarmiento...", pensó. Fue a la cocina y, removiendo con vigor el agua del vaso, tomó un poco de bicarbonato para tratar de rebajar su ardor de estómago. A los pocos segundos, notó como éste se le inflamaba y se le escapó un amago de eructo que no mitigó demasiado su malestar.
     Tenía una extraña sensación. No recordaba haberse quedado dormido, pero lo cierto es que estaba ya amaneciendo. Además, recordaba que había tenido un sueño algo extraño. Por un instante le dio la impresión de que se encontraba fuera de lugar dentro de su propia casa, como si regresara de un largo viaje. Durante un segundo, el entorno familiar de su hogar se le antojó algo irreal, como si sólo fuese un inquilino pasajero...
     —Estoy abotargado... —se quejó amargamente en voz alta—. Para qué bebería tanto...
     Volvió al dormitorio, bajó algo la persiana para atenuar la claridad del día, y volvió a acostarse con resignación. Tenía algo de fresquito, y eso le ayudó a arroparse y a relajarse, entrando de nuevo en un duermevela inquieto. Aún así, se despertó unas veinte veces, no acabando de coger ese sueño reparador que tanto deseaba. Finalmente, de puro cansancio, acabó por dormitar otro par de horas.
 
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