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Miguel Ángel García
Cosmogonías del XXII
TEORÍAS COSMOGÓNICAS DEL S. XVII

Hasta el XVII el interés estaba centrado en interpretar los fósiles. Al no estar en las escrituras, sí podían ser objeto de debate, coleccionables por mera “curiosidad”.
Los griegos reconocieron, por la presencia de conchas en tierra, la ocupación de ésta por las aguas del mar. El cristianismo las consideró “juegos de la naturaleza”, desechos caídos del taller del Creador y, sobre todo, restos que probaban la existencia del Gran Diluvio Universal bíblico.
En el XVII, basándose en ideas griegas, se discutió sobre la posibilidad de que los fósiles fueran sp extinguidas que se habían petrificado. Otros pensaban que los fósiles surgían de semillas o gérmenes, quizás de origen marino, que se desarrollaban originando los fósiles.

En este siglo surgieron las primeras especulaciones acerca del origen de la Tierra, de su estructura int. y de la formación del relieve.
El jesuita Athanasius KIRCHER (Mundus Subterraneus, 1665) decía que en el int. de la Tierra existía un gran “fuego interno” en posición central y un cj. de enormes cavidades interconectadas entre sí y con la superf., llenas, respectivamente, de fuego, agua y aire.
Poco después, el danés Niels (Nicolás) STENO (De solido intra solidum naturalider contento, 1667) introdujo el “principio de superposición de los estratos”, cuya disposición horizontal podía verse alterada por el hundimiento de las cavidades int., lo que provocaba valles en la superf. que post. serían invadidos por el mar, depositando sedimentos en sus fondos. Al retirarse el mar, las capas inf. sufrían un proceso de destrucción que causaba el hundimiento de las sup., provocando el cj. una nueva formación de valles y colinas.

No se ponía en duda que la Tierra había sido creada ex nihilo (de la nada). Se trataba de conjeturar en qué estado había sido creada y si había pasado o no por cambios. Tuvieron mucho éxito las teorías diluvistas hasta mediados del s. XIX, para explicar el modelado de la superf. terrestre. Durante el XVIII se empezó a dar imp. a las observaciones detalladas, con poco interés por las generalizaciones.

En Phisica Sacra, 1731, del diluvialista suizo Jacob SCHEUCHZER, hay representado un esqueleto que Scheuchzer atribuyó a los restos de un pecador ahogado en el diluvio universal, al que llamó “hombre testigo del diluvio”. El paleontólogo francés CUVIER demostró posteriormente que el esqueleto pertenecía a una gran salamandra.

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