ADAPTACIÓN A LA MONTAÑA
El medio se caracteriza por los fuertes contrastes térmicos entre el día y la noche en la estación favorable, pues en la estación fría, a menudo el medio está cubierto por la nieve. En muchas ocasiones se produce estrés hídrico a pesar de que haya agua, pues habitualmente está congelada. Los vientos pueden agravar la falta de agua, pues barren la capa de aire más en contacto con la hoja.
Para poder protegerse del frío y del peso de la nieve y frente a la brevedad del período favorable para el crecimiento, las plantas son a menudo de porte reducido, abundando los biotipos rastreros y las formas almohadilladas, que asemejan un iglú (en ellas la relación S/V es baja, pues el calor se pierde por la superficie), así como el enanismo.
En el Monte Kenia, el Kilimanjaro, etc., aparecen adaptaciones propias de zonas muy frías. Así las lobelias gigantes tienen formas cilíndricas. También tienen pelos en sus hojas, que atrapan capas de aire y les protegen del frío glacial y el sol abrasador. Las flores se esconden debajo de las hojas. En los senecios arborescentes las hojas muertas se quedan pegadas al tallo impidiendo que los tubos conductores de la savia se solidifiquen por congelación durante la noche.
Las hojas de montaña como las del Pino del Colorado, son pequeñas, muchas veces aciculares o lineares, muy duras, con un grueso recubrimiento ceroso, con muchos menos estomas por unidad de superficie que el resto de las hojas. Los estomas están hundidos en una ranura de la superficie foliar que sólo permite el intercambio de gases cuando las agujas están separadas. Son hojas perennes para aprovechar los escasos momentos que les resultan favorables.
Muchas plantas de montaña tienen una fisiología especial ahorradora de agua: son plantas CAM, cierran sus estomas de día para no perder agua por transpiración y los abren de noche para captar el CO2. Este gas se almacena en forma de ácido málico en vacuolas, lo que permite soltarlo de día, a tiempo para hacer la fotosíntesis con los estomas cerrados.
Aquí es difícil la supervivencia para árboles y arbustos por la falta de suelo. Para las herbáceas los problemas son distintos: la mayoría resisten el invierno debajo de la tierra en forma de rizomas, bulbos o tubérculos, de forma que almacenan reservas para reconstruirse en primavera.
El ecosistema de montaña se caracteriza por la carencia de suelos adecuados y por la heterogeneidad en las condiciones climáticas y topográficas. Esto hace que la estación favorable sea muy corta. Los ecosistemas de montaña españoles suelen estar humanizados: adaptados para la explotación de los pastos por el ganado.
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SOBREVIVIR EN LA MONTAÑA
Las marmotas viven en colonias, son de hábitos diurnos y pasan la mayor parte del día comiendo hierba cerca de sus madrigueras y de piedras que le sirven de oteaderos. Las formas de afrontar las bajas temperaturas consisten en: excavar profundas madrigueras, tener hábitos diurnos y acumular reservas de grasa para el invierno, cuando hibernan.
Las llamas y otros camélidos están preadaptados a la vida en las alturas, en condiciones de baja concentración de oxígeno, para lo que tienen más glóbulos rojos, que son más pequeños y con mayor concentración de hemoglobina.
Los arbustos y árboles de montaña tienden a mantener la temperatura por encima de la del entorno minimizando la relación S/V según la Regla de Bergman (cuanta menor superficie, se pierde menos calor para un mismo volumen). Eso les lleva a adoptar formas semiesféricas o de almohadilla.